En los años 70 y 80, la música no solo se escuchaba: se mostraba en las calles. Bastaba caminar por una avenida de Nueva York, Los Ángeles, Ciudad de México, Medellín o San Juan de Puerto Rico para escuchar, a media cuadra de distancia, un estruendo grave que marcaba el ritmo.
Al girar la esquina, la escena se repetía una y otra vez: un joven con un gran aparato rectangular apoyado en el hombro, emitiendo música a todo volumen, como si fuera la banda sonora personal de su vida.
Eran las boomboxes, las reinas indiscutibles del sonido portátil, capaces de convertir cualquier parque, acera o playa en una pista de baile improvisada.
Primero nacieron las radiograbadoras de casetes
Las grabadoras portátiles de casetes nacieron en los años 60 como una innovación para hacer más accesible y conveniente la grabación y reproducción de audio, superando las limitaciones de los pesados reproductores de carrete abierto (reel-to-reel).
El ingeniero holandés Lou Ottens, trabajando para la compañía Philips, lideró el desarrollo del Compact Cassette, un formato compacto y protegido que encapsulaba la cinta magnética en una carcasa plástica, facilitando su uso en dispositivos portátiles.
La palabra «cassette» proviene del francés, que se traduce literalmente al español como «cajita» o «caja pequeña», término que luego se usó para llamar a las cajas pequeñas usadas para guardar joyas, o ‘joyeros’.

Este invento se presentó oficialmente en agosto de 1963 durante la Feria de Radio de Berlín, con el objetivo inicial de servir para dictados y grabaciones simples, aunque, al principio, su calidad de audio no era ideal para música.
El primer modelo comercial fue el Philips Typ EL 3300, un grabador portátil monofónico que funcionaba con baterías y se lanzó ese mismo año en Europa, llegando a Estados Unidos en 1964 bajo el nombre de Norelco Carry-Corder 150.
Si quiere conocer la historia del casete, puede leer en radioNOTAS mi artículo “El resurgimiento del casete: un viaje a través de su historia“.
Aunque las grabadoras de casetes fueron pensadas inicialmente para hacer grabaciones de voz, era obvio que los usuarios quisieran grabar sus propias cintas de música, ya fuera de sus discos de vinilo o de la radio, que eran las únicas fuentes disponibles.
Sin embargo, la única forma de grabar música era a través de un micrófono. Los que traían estas grabadoras eran de muy baja calidad, concebidas solo para la voz, así que al intentar grabar música el sonido era terrible, con mucha reverberación, como si estuviera encerrado en un baño o en una cueva.
Entonces llegó lo esperado: la primera radiograbadora de casetes —es decir, un aparato portátil que integraba un receptor de radio y una grabadora/reproductora de casetes, y que permitía grabar directamente la señal de la radio en una cinta— fue desarrollada por Philips en la segunda mitad de los años 60.
El modelo que marcó ese hito fue el Philips 22RR482 Radio Recorder, lanzado en 1969.

Este equipo combinaba:
- Un sintonizador de radio AM/FM.
- Un mecanismo de casete compacto (el mismo estándar que Philips había presentado en 1963).
- Micrófono integrado y posibilidad de entrada externa.
- Botón de grabación que permitía registrar directamente lo que sonaba en la radio.
Era monofónico y bastante compacto para su época, pero sentó las bases de lo que luego sería la boombox. La gran diferencia con las grabadoras de cinta anteriores es que todo estaba en una sola unidad portátil, sin necesidad de equipos separados para radio y grabación.
Ahora los oyentes podían grabar sus canciones favoritas desde las emisoras que escuchaban. Solo tenían que esperar a que terminara un tema, comenzara el siguiente, y cruzar los dedos para que el locutor no hablara encima…
Después de ese modelo, a principios de los 70, fabricantes japoneses como JVC y Sharp tomaron la idea, aumentaron la potencia, sumaron altavoces estéreo y crearon los primeros modelos que ya se acercaban al concepto de boombox.
A medida que la tecnología avanzaba, las radiograbadoras evolucionaron rápidamente. En los primeros años, se enfocaron en mejorar la calidad de sonido: por ejemplo, en 1971, la compañía Advent introdujo el Dolby tipo B para reducir el ruido y cintas de dióxido de cromo, convirtiéndolas en opciones viables para música hi-fi.
Philips lanzó una versión estéreo en 1966, y para 1968 ya se habían vendido millones de unidades en todo el mundo.

La transición hacia las radiograbadoras portátiles gigantes se dio en los años 70, impulsada por la demanda de dispositivos más potentes y sociales.
Philips había introducido el concepto de «radiorecorder» en 1966, combinando radio AM/FM con grabadora de casetes, pero fueron las marcas japonesas como Sony, Panasonic y Sharp las que lo llevaron al siguiente nivel.
Fue en los años 70 cuando se agregaron altavoces más grandes para un sonido estéreo y bass-heavy, manijas para poder cargarlas y llevarlas a todas partes y baterías para uso en exteriores.
Y llegaron los años 80, y con ellos el aumento de tamaño, potencia y prestaciones de las radiograbadoras portátiles.
Para esta década, estas gigantescas radiograbadoras portátiles se volvieron masivas, con características como decks duales para copiar cintas, ecualizadores, medidores LED de volumen y parlantes desmontables, reflejando la cultura urbana de hip-hop y breakdance en ciudades como Nueva York y Los Ángeles.
Esta evolución culminó en modelos que priorizaban el volumen y los bajos (sonidos graves), apodados «ghetto blasters» por su impacto en comunidades afroamericanas y latinas, antes de que los CD y los reproductores digitales los desplazaran en los 90.
El primer rugido: nacimiento y origen del nombre
El Philips 22RR482 Radio Recorder que mencioné arriba, parecía una grabadora portátil cualquiera, pero su gran novedad era permitir grabar directamente desde la radio a una cinta de casete. Era el primer paso para llevar la música grabada a la calle.
Sin embargo, la boombox como la conocemos —grande, potente, con altavoces imponentes— surgió en 1975 con el JVC RC-550, apodado “El King”. Tenía todo lo que se convertiría en estándar: manija resistente, parlantes grandes, ecualización avanzada y una presencia que imponía respeto.

¿Y el nombre “boombox”? Viene de dos palabras inglesas:
- Boom: la onomatopeya del retumbar grave de los bajos.
- Box: caja, en referencia a su forma rectangular.
Traducirlo al español es complicado porque no existe una expresión exacta. Podría decirse “caja de sonido portátil” o, más coloquialmente, “caja ruidosa”.
En Latinoamérica, la mayoría simplemente las llamaba “grabadoras”, “radiograbadoras” o “equipos portátiles”, aunque ninguna de esas expresiones transmitía del todo su carácter.
Las diferencias
Aunque técnicamente una boombox es una radiograbadora estéreo portátil, había diferencias muy marcadas con las radiograbadoras domésticas.
Las radiograbadoras comunes eran más pequeñas, menos potentes y se usaban principalmente en interiores. La boombox, en cambio, estaba pensada para ser llevada a la calle y presumida:
- Sus altavoces eran grandes, normalmente de 10 a 20 centímetros, capaces de generar bajos o graves potentes y sonido estéreo real.
- Tenían más funciones: ecualizador gráfico, doble casetera, medidores de nivel, entradas auxiliares para micrófono o tocadiscos.
- Resistían el uso rudo, con asas sólidas para cargarla y carcasas robustas.
- Y sobre todo, eran ruidosas. El volumen no era un accidente: era parte de su personalidad.
En pocas palabras, una boombox era un equipo de sonido casero comprimido en un formato portátil, con la misión de proyectar la música a todo el vecindario.
El tamaño sí importa
En los años 70 y 80, las empresas japonesas como Sony, Panasonic, Sharp, Toshiba, AIWA y JVC se enfrascaron en una competencia feroz por fabricar el modelo más impresionante. No solo se trataba de sonido: también contaba la apariencia.
Algunos modelos llegaban a medir más de 70 cm de ancho y pesar más de 12 kg sin las pilas. Sí, porque además de corriente eléctrica, podían funcionar con hasta 10 baterías tipo D, que garantizaban varias horas de música… y unos bíceps envidiables para quien las cargara.
Las mejoras técnicas incluyeron:
- Doble deck para copiar casetes o hacer mezclas.
- Ecualizadores gráficos para moldear graves, medios y agudos.
- Medidores VU o luces LED que se movían al ritmo de la música.
- Sintonizadores de onda corta o FM de alta precisión.
- Más adelante, reproductores de CD e incluso minitelevisores incorporados.
Cinco modelos legendarios
Aunque no hay cifras globales exactas, estos cinco boomboxes se consideran entre los más populares y vendidos de su época:
- JVC RC-M90 (1981) – Llamado “El rey de las Boomboxes” por su potencia y calidad de audio. Muy buscado por coleccionistas.
- Sharp GF-777 (1981) – Con seis altavoces y doble deck, fue símbolo de estatus urbano.
- Sony CFS-99 – Apreciado por su relación tamaño-potencia-precio, común en hogares y en la calle.
- Panasonic RX-5600 – Con gran capacidad de recepción de radio y sonido robusto, ideal para exteriores.
- Lasonic TRC-931 – Popularizado en videoclips de rap y películas de los 80.

Su impacto en la música y el baile
En Estados Unidos, la boombox se convirtió en parte del ADN de la cultura urbana. Era el corazón de las batallas de rap y del breakdance, el altavoz que reunía a vecinos en una cancha o en una esquina. En muchas ciudades, el sonido grave y potente de una boombox era la banda sonora de las tardes de verano.
Aparecieron en películas como “Do the Right Thing” de Spike Lee y en la inolvidable escena de “Say Anything”, con John Cusack levantando una boombox sobre su cabeza para declarar su amor. También inspiraron canciones, como “I Can’t Live Without My Radio” de LL Cool J.
En Latinoamérica, las radiograbadoras y boomboxes llegaron en los 70 y 80, adoptadas rápidamente en contextos urbanos y fiestas, donde se conocían como «radiograbadoras» o «cajas».
Marcas japonesas como Sony, Panasonic y JVC fueron las más populares, influenciadas por la migración cultural desde Estados Unidos, especialmente en comunidades latinas. Modelos destacados incluyen los siguientes:
- Sony CFS-1010S y CFS-410S, apreciadas por su durabilidad y sonido en países como México y Colombia.
- Aiwa, que dominó con minicomponentes y grabadoras portátiles en los 70-90, siendo una de las más vendidas en la región por su accesibilidad.
- Panasonic y JVC, con series RX y RC que se usaban en bailes y reuniones, reflejando la fusión de música local como cumbia y salsa con tecnología importada.

Estos dispositivos no solo reproducían música, sino que democratizaron la grabación de radios y mixtapes, integrándose en la cultura popular hasta su declive con la llegada de los CD.
Anécdotas y récords curiosos
- En algunos vecindarios de EE. UU., se les apodó “ghetto blasters”, una mezcla de orgullo y estigma por su asociación con la vida urbana.
- El modelo Skitronic Disco Lite de 1986 tenía luces de colores que parpadeaban con la música, convirtiendo cualquier acera en una pista de baile improvisada.
- Según la plataforma RecordSetter, el récord de mayor colección de boomboxes lo tiene Joey Kenton (Nueva Zelanda) con 300 aparatos.
- En 2023, en Pune (India), se construyó el boombox más grande del mundo, de más de 4 metros de alto y decorado con 5 000 CDs autografiados por fans.
- El Libro Guinness de los Récords Mundiales no tiene un récord específico de boomboxes, pero sí registró en 2020 el estéreo portátil más ruidoso: 130,2 dB, suficiente para quejarse con tapones en los oídos.
Pero, en mi caso, la anécdota más llamativa tiene que ver con la Boombox gigante que compramos en una convención de la NAB en Dallas, Texas. Hablo del SkyBox, un camión de tamaño mediando que cargaba en la parte trasera una Boombox del tamaño de una oficina.
Esta Boombox, a la que llamamos ‘SkyBox’, tenía varias particularidades:
- Su exterior simulaba una Boombox Tenía dos inmensas bocinas a los lados, y una ventana que simulaba el dial de la radio.
- En su interior había una cabina completa de transmisión de radio, con mesa, sillas, consola, tornamesas, reproductores de CD, micrófonos, transmisor de enlace en FM y otros equipos.
- Contaba con un potente sistema de amplificación y un juego de luces que permitía convertir cualquier sitio en una pista de baile y diversión para el público asistente.
- Estaba instalada sobre la ‘cama’ del camión, que podía ser elevada varios metros, similar a como lo hacen los camiones que surten de comida a los aviones en los aeropuertos, gracias a un sistema hidráulico de ‘tijera’ que permitía levantar y bajar esa cabina a nuestro antojo.
- Debido a esa característica de poderse elevar, decidimos llamarlo SkyBox, una contracción de ‘Boombox que se eleva al cielo’.
- Al elevarse la cabina quedaba un amplio espacio para colocar una pancarta o lona de patrocinio o con el logo de la emisora.

Esta unidad de promoción y transmisiones remotas visitó todo el país, de costa a costa, especialmente en ferias, fiestas y eventos de todo tipo, convirtiéndose en una excelente herramienta comercial y promocional.
La lenta despedida
A finales de los 80, apareció un rival imposible de ignorar: el Walkman de Sony. No podía competir en potencia, pero sí en comodidad y privacidad. De pronto, escuchar música ya no era un acto colectivo: se volvió algo íntimo, con audífonos pegados a las orejas.
En los 90, los CD portátiles y luego los reproductores MP3 aceleraron la caída. En 1986 se vendieron más de 20 millones de boomboxes en Estados Unidos; en 2003, apenas 329 000. El “boom” se apagaba, y con él, un capítulo de la historia musical urbana.
Conclusión
Las Boomboxes no eran solo reproductores: eran emisoras ambulantes que llevaban la música a donde estaban las personas, sin importar si había electricidad. En una época sin streaming ni playlists digitales, la boombox era la forma más directa y poderosa de compartir música en comunidad.

Tito López hace radio desde 1975 y ha creado formatos radiofónicos exitosos en Colombia, Portugal, Chile, Panamá y Costa Rica.
Es coach de talentos, intérprete de investigaciones de audiencia, productor, blogger, libretista y conductor de programas de radio.
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