Mi primera emisora de radio

Una historia que describe la forma como descubrí mi amor por la radio y cómo construí esa primera emisora junto a un par de amigos hace 50 años.

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La experimentación y la creatividad son claves para nuestro trabajo.

Un día de 1960, hace unos 65 años, mi papá, que era comerciante, regresó de una convención de ventas en México con un premio que recibió por su excelente desempeño. Se trataba de una grabadora portátil de carrete abierto, una verdadera novedad.

Un magnetófono Telefunken parecido a este fue mi primer laboratorio de pruebas
(Foto: https://reel-reel.com/).

Esa grabadora alemana, de marca Telefunken y también conocida como magnetófono, se convirtió durante unos días en el centro de atención de la familia, aunque realmente no veíamos qué uso darle, a pesar de que traía un micrófono.

Yo tenía solo 5 años, y recuerdo que mi mamá y mis hermanos me ponían a grabar los jingles que se escuchaban en la radio y la televisión de la época.

Al no encontrarle un uso habitual, esa grabadora fue a parar al ‘cuarto de reblujo’, como se le decía en Medellín a ese espacio de la casa donde se guardaban todos los artículos que no se usaban, pero de los que no se querían deshacer.

Allí durmió el sueño de los justos por unos cuantos años…

En 1974, luego de terminar mi bachillerato, tuve una especie de año sabático. Sí, yo era muy vago. Me costó terminar mis estudios básicos, y aunque pasé a la universidad en Bogotá para estudiar publicidad, al final no me decidí a radicarme allí y me quedé en casa.

Y fue en ese año, en medio de mis cursos de inglés y contabilidad, cuando redescubrí esa vieja grabadora. La desempolvé y empecé a experimentar con ella, ahora que estaba más interesado en la electrónica y, especialmente, en el sonido.

Todo ese gusto provino de escuchar la música rock de finales de los años 60 e inicios de los 70, en los que hubo mucha experimentación con efectos especiales y la masificación del sonido estéreo.

Yo realmente estaba maravillado con todo lo que descubría en los discos que compraba o que me prestaban mis amigos. Escuchaba con atención en mis audífonos el paso de los instrumentos de un canal a otro, y quedaba maravillado con eso, y aunque nunca aprendí a tocar instrumentos musicales, sí comencé a interesarme por el mundo del sonido.

El inicio

En todo ese tiempo que tenía libre empecé a desarmar varios aparatos que teníamos en casa. Todo lo hacía sin que mis padres se enteraran, o al menos nunca me lo reprocharon.

De esta forma, terminé armando una consola en una caja de madera llena de interruptores mediante los cuales activaba los parlantes que tenía en la biblioteca de mi habitación, las luces, una tornamesa y un radio portátil.

Todo estaba interconectado a través de esa consola, y yo me entretenía enviando el sonido de un lado a otro y encendiendo y apagando las luces desde la cabecera de mi cama.

Además, tuve la fortuna de que mis dos hermanos mayores pertenecieran a Los Yetis, uno de los grupos pioneros del rock en Colombia, así que asistí a algunas de sus grabaciones en Discos Fuentes y Codiscos, quedando siempre deslumbrado por los equipos de grabación de sus estudios.

Mis amigos del vecindario se dieron cuenta de mi interés en el sonido, y me traían discos para que los escuchara con atención, hasta que un día, a mediados de 1975, llegó Juan Felipe Ramírez con un proyecto que cambiaría mi vida.

El proyecto

Mi vecino estaba realizando un curso de electrónica en algún instituto de Medellín, y me mostró un proyecto que traía un libro de Mecánica Popular.

Mecánica Popular es una revista estadounidense dedicada a temas de ciencia y tecnología. Siempre se ha caracterizado por mostrar todos los avances en esa materia y, al menos en esa época, acostumbraba sacar una recopilación de artículos y proyectos en un libro.

El proyecto que me mostró Juan Felipe era el de construir una emisora experimental de A. M. y, viendo mi interés en el sonido, me pidió que le ayudara a sacarlo adelante. Para ello, la revista publicaba todas las especificaciones técnicas, los materiales necesarios y un plano diagramado que mostraba cómo construirla.

Entonces nos pusimos manos a la obra. Casualmente, la línea de buses que iban desde Envigado -donde vivíamos- hasta el centro de Medellín, tenía su paradero final justo al frente de unas tiendas de elementos electrónicos, así que de inmediato nos fuimos a comprar todo lo necesario para armar la emisora.

Recuerdo que compramos un tubo al vacío 12AX7 y otro 50C5. Sí, eran tubos o válvulas, porque el uso de transistores todavía no estaba tan avanzado. Además, compramos algunas resistencias y condensadores; nos tocó construir un ‘choque’, que era una pequeña bobina y conseguir otros elementos.

En pocas palabras, la emisora la montamos con estos elementos: Un tubo 50C5, que proporcionaba la etapa final de amplificación de audio para modular la señal de radiofrecuencia (RF) en AM y que también actuaba como rectificador en la fuente de alimentación.

Así mismo, usamos el tubo 12AX7 que generaba la portadora de radiofrecuencia en configuración osciladora. Al mismo tiempo, permitía amplificar la señal de audio del micrófono (etapa preamplificadora).

Además de las resistencias (o resistores) y condensadores, la bobina de choque se usaba para evitar que la RF retroalimentara a la fuente de alimentación. También conseguimos una bobina sintonizada con núcleo de ferrita y un condensador variable para ajustar la frecuencia.

Afuera, en el jardín de la casa, tuvimos que instalar una antena de alambre de unos 10 metros de largo, sostenida por dos guaduas (bambú), y una toma de tierra, clavada en el suelo, para radiar la señal, y para acoplar la señal de audio amplificada del 50C5 a la etapa de RF y modular la portadora tuvimos que instalar un transformador de audio estándar.

Solo nos faltaba algo clave: dónde montar o instalar todos estos elementos. Para ello hacía falta un chasis metálico, y nuestro presupuesto, que provenía de la mesada que nos daban nuestros padres, ya se había agotado.

Entonces encontré la tabla de salvación: con todo el pesar del mundo, desmantelamos la vieja grabadora Telefunken de carrete abierto para sacarle el chasis.

Pero el sacrificio valió la pena. Luego de una semana de trabajo, en la que además me tocó aprender a manejar un cautín para soldar las piezas, finalmente pudimos encender la emisora.

Los contenidos

Pero ¿qué íbamos a transmitir por allí? Ninguno de los 2 había hecho locución en su vida, y no teníamos una consola mezcladora para conectar nuestros equipos caseros. De hecho, ni siquiera sabíamos que la radio usaba una consola. Es que, de radio, no sabíamos absolutamente nada.

El equipo permitía conectar una señal de micrófono o una señal audio.

Para las primeras pruebas, yo hablaba cualquier cosa que se me ocurriera por el micrófono, y mi amigo salía al jardín a ver si podía captarla en su radio transistor.

Cuando vimos que sí funcionaba, conectamos un tocadiscos (así se les llamaba a las tornamesas en esa época) y dejamos rodar algún álbum. Salimos por el barrio, que no era más que una manzana rodeada de potreros en medio del campo, y empezamos a mostrarles a nuestros amigos nuestro trabajo.

Nadie se emocionó…

Yo no sabía cómo hacer para lograr que dos canciones sonaran juntas, y eso me hacía sentir mal, ya que podía escuchar que en las emisoras de radio tradicionales no había baches o silencios, sino que todo fluía sin interrupciones.

Por eso, y para poder seguir haciendo transmisiones de prueba, mi disco favorito fue “Eldorado”, de la Electric Light Orchestra, que traía todas las canciones ‘pegadas’, sin silencio entre corte y corte, ya que es un álbum conceptual.

Portada del disco «Eldorado» de Electric Light Orchestra, que se convirtió en el audio de prueba de esta emisora experimental.

Pero había muy pocos discos que funcionaran así. Además, quería darle más variedad a la programación. Entonces se me ocurrió que la solución estaba en grabar programas en casetes y reproducirlos a través de la emisora. De esta forma podía extender la transmisión de 16 minutos (la duración de una cara de un disco) a 30 o 45 minutos, que duraba un casete.

Juan Felipe tenía un gran vozarrón, pero nunca había hecho locución y no tenía ritmo para hacerla, así que me tocó experimentar a mí, tratando de copiar a algunos de mis locutores favoritos de la época como Jorge Barón, Otto Greiffenstein, Marino Recio, los de Radio Ritmos, mi estación musical preferida de la época y, especialmente, la de Armando Plata Camacho.

Pero para poder grabar, también me tocó inventar un sistema, puesto que no tenía los equipos necesarios para hacerlo.

Mis experimentos anteriores

En medio de mis experimentos, en meses anteriores ya había descubierto cómo grabar directamente desde la radiola Philips de mi casa a una grabadora de casetes National Panasonic de mi mamá.

La grabadora de casetes National Panasonic con la que aprendí a transferir el audio de los discos.

La radiola era un mueble que incluía un radio de varias bandas, en AM tradicional onda corta, onda media y FM, y un tocadiscos. Además de sus dos bocinas tradicionales en estéreo, en la parte trasera tenía unos agujeros que permitían conectar unos parlantes externos, que no teníamos en la casa.

Por esa época, los radio transistores traían un auricular parecido al que usan los teléfonos celulares de hoy, aunque no eran estéreo. Solo traían una pequeña bocina que se introducía en el oído.

A mí se me ocurrió que podía pelar el cable de ese audífono y conectarlo a los orificios de salida de parlantes de la radiola, y la otra punta del cable, que tenía un mini-plug, lo inserté en la entrada del micrófono de la grabadora de casetes.

Sintonicé alguna emisora y traté de grabar el sonido, pero quedó supremamente distorsionado, como era de esperarse, ya que no era una entrada auxiliar de audio sino de micrófono.

Entonces hice otro ensayo: conecté el cable que salía de la radiola a la salida de audífonos de la grabadora. Yo sé que no tiene mucha lógica, ¡pero funcionó!

Habiendo aprendido esto, la inspiración llegó para conectar un micrófono a otra grabadora que tenía. Era un equipo portátil de Crown que parecía un maletín de ejecutivo. Ese equipo, además de una grabadora de casetes, tenía un radio y una tornamesa.

De esta forma, podía grabar mi voz y los discos que iba a presentar.

Equipo de grabación tres en uno de Panasonic con el que grabé mi primer programa de radio, «Máxima Nota».

De manera totalmente artesanal, me demoraba todo un fin de semana para grabar un programa de 90 minutos de duración, 45 minutos por el lado A del casete, y 45 minutos más por el otro lado.

Y hasta aquí llegó mi proyecto con Juan Felipe. Al fin y al cabo, lo que a él le interesaba era cumplir con la tarea que le había impuesto su profesor de electrónica.

Pero a mí me picó, a partir de ese momento, el gusanito de la radio, y me contagió una pasión que hoy, casi 50 años después de ese experimento, todavía palpita en mi sangre.

La hora de la verdad

Habiendo grabado ya mi primer programa, se lo mostré a mi vecino y mejor amigo, Donnie Miranda. Le dije que me prestara algunos de sus discos, ya que él viajaba con frecuencia a Escocia -su tierra natal- y a Miami.

Él quedó deslumbrado con la idea. Grabamos un nuevo programa con su música. Incluso le pedí que presentara algunas de las canciones con su voz. Una vez terminada la grabación, emitimos el programa por la emisora y salimos a mostrarles a todos nuestros amigos del barrio que estábamos al aire en la radio.

Parece que nadie quedó impresionado con nuestro logro. No nos prestaron mucha atención. Ni siquiera Juan Felipe…

Pero Donnie también quedó emocionado.

Por esos días, acababan de lanzar en Medellín una nueva estación de radio. Se llamaba Emisoras El Poblado. Su programación incluía éxitos del momento en español, algunos temas instrumentales y también algunas canciones en inglés que estaban de moda. No tenía locución de ningún tipo.

Entonces Donnie me dijo que fuéramos a la emisora a preguntar si estaban interesados en pasar nuestro programa. Yo, en medio de mi timidez habitual, le dije que no, que el programa no era bueno, o que, al menos, no estaba a la altura de una emisora comercial.

Sin embargo, él insistió, me recogió en su Simca rojo y nos fuimos a buscar la emisora.

La encontramos fácilmente. Donnie me dijo que tocara la puerta y entregara el casete, pero yo estaba muerto del miedo. Entonces él me arrastró, tocamos la puerta y salió el operador de la emisora. Le dijimos que teníamos un programa y le preguntamos que si estarían interesados en transmitirlo.

Él nos dijo que el gerente no estaba, pero que le entregaría el casete cuando regresara.

Para nuestra sorpresa, 3 horas más tarde nos llamó Carlos Gómez, el gerente de la emisora. Era un joven bogotano de unos 25 años y con pinta de hippie.

La emisora pertenecía a su hermano, un senador de la república llamado Leonidas Gómez, dueño de la programadora Leo Televisión, que transmitía la serie “Los Munster”. Carlos nos dijo que pasaría el programa esa misma noche.

Yo casi me desmayo del susto, pero Donnie se puso feliz.

El programa iba a sonar a las 8 de la noche. Entonces Donnie y yo nos fuimos al apartamento de su novia, que vivía en el centro de Medellín, y nos sentamos a esperar a que arrancara el programa.

En punto de las 8 de la noche comenzó a sonar la cortinilla musical que yo había escogido para identificar el programa. Se trataba de la canción “Hey, girl, come and get it” de Van McCoy, y luego sonó mi voz anunciando “un torrente de música fresca” en “Máxima Nota”.

Mientras Donnie y su novia se abrazaban emocionados, yo quería esconderme de todo el mundo. Estaba completamente ruborizado por la vergüenza. Era una mezcla de emoción y temor al ridículo.

Apenas terminó el programa, llamamos a Carlos a preguntarle cómo le había parecido y, muy entusiasmado, nos dijo que cada cuánto podíamos realizar el programa, pues lo quería ya mismo para su emisora.

De esta forma, algún día del mes de agosto de 1975, Donnie Miranda y yo entramos al fabuloso mundo de la radio, lo que para nosotros se convirtió en una ‘Máxima Nota” …

Conclusión

Si usted llegó hasta aquí es porque realmente le gusta la radio y, muy probablemente, comparte la misma pasión por ella.

Hoy en día es muy fácil tener una emisora. De hecho, la puede montar, de manera gratuita y sin elementos externos, en su teléfono celular.

Pero lo que he querido mostrar acá es lo que se puede hacer con creatividad y pasión, y lo que un buen amigo puede hacer para animar a sacar adelante una idea, a pesar de las barreras autoimpuestas.

Si yo pude hacerlo, usted también podrá. Es solo cuestión de ponerle ganas y de perseverar en sacar sus sueños adelante…

ACERCA DEL AUTOR
Tito López hace radio desde 1975 y ha creado formatos radiofónicos exitosos en Colombia, Portugal, Chile, Panamá y Costa Rica.
Es coach de talentos, intérprete de investigaciones de audiencia, productor, blogger, libretista y conductor de programas de radio.
Lo puede seguir en Facebook como Oscar.Tito.Lopez y en Twitter como oscartitolopez.
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