
La noche del 24 de diciembre no es una noche cualquiera para la radio en Latinoamérica, y mucho menos en Colombia. No se parece a ningún otro día del año, porque tampoco se parece a ningún otro estado de ánimo colectivo.
Es una noche en la que la gente no busca información, ni debate, ni grandes sorpresas musicales. Busca compañía. Busca sentir que hay una voz ahí, encendida, respirando al mismo ritmo de la casa.
En muchas familias colombianas, la radio se prende desde temprano y se queda sonando como una presencia discreta mientras se cocina, se arregla la mesa, se envuelven regalos o se ultiman detalles.
No es el centro de la reunión, pero sí es parte del ambiente, como el olor a natilla o a buñuelos, como las luces del árbol o el murmullo de las conversaciones.
Es una radio de fondo, pero no por eso es menos importante, ya que evita que la casa se sienta vacía, acompaña sin exigir atención y se vuelve en la fuente de alegría perfecta para la celebración de esta noche.
Ese oyente que pone la radio el 24 en la noche no siempre está “oyendo” en el sentido estricto. Muchas veces apenas escucha fragmentos: una canción que reconoce, una frase que le llega, un saludo que lo hace sonreír. Pero ahí está.
Y para la radio, eso cambia todo. Porque ya no se le habla a alguien sentado frente a un aparato, sino a una familia que se mueve, que conversa, que va y viene entre la cocina y la sala, que tiene la emisora como telón de fondo de su propia historia.
Pero no todos los que escuchan radio esa noche están rodeados de gente. También está el oyente que pasa el 24 en soledad.
Personas mayores cuyos hijos viven lejos, hombres o mujeres que perdieron a alguien importante, migrantes que no pudieron viajar, personas que simplemente están solas. Para ellos, la radio deja de ser fondo y se convierte en presencia.
Es una voz que parece hablarles directamente, en una especie de compañía íntima que les recuerda que, aunque no haya nadie más en la sala, no están del todo solos.
Y están, por supuesto, los que trabajan. En Colombia son miles: vigilantes en portería, policías, personal de hospitales, conductores, taxistas, operadores, empleados de hoteles y restaurantes, periodistas de turno.
Para ellos la Navidad se vive entre responsabilidades, turnos y relojes. La radio es muchas veces el único contacto con esa atmósfera distinta que se siente afuera.
Por eso es tan poderoso cuando una emisora se acuerda de ellos, cuando alguien al aire dice que sabe que están trabajando, que les manda un abrazo, que reconoce su labor.
En medio de todos ellos está también el oyente fiel, el que siempre ha puesto “esa” emisora en Navidad, el que asocia ciertas voces y ciertas canciones con esta noche desde hace décadas.
Para ese oyente, la radio es una especie de rito. Así como hay familias que no conciben el 24 sin tal plato o sin tal costumbre, hay oyentes que no conciben la Navidad sin la misma emisora que los ha acompañado toda la vida.
Por eso el clima emocional de la noche del 24 es tan particular. No es solo alegría. Es una mezcla de felicidad y nostalgia, de abrazos y recuerdos, de risas y de pensamientos en los que aparecen los que ya no están.
En Colombia, donde la Navidad tiene un fuerte acento familiar y afectivo, donde la medianoche es casi un momento sagrado de encuentro, la radio debe alegrar las vidas de sus oyentes, que sientan que alguien está pensando en ellos.
Y tener en cuenta que, a lo largo del día, el oyente va cambiando. En la mañana todavía hay algo de rutina: gente que hace compras de última hora, que trabaja medio turno, que se mueve por la ciudad. La radio puede ser más activa, más alegre, hablar de preparativos, de tradiciones, de lo que viene en la noche.
En la tarde, cuando ya la casa empieza a oler a comida y la familia se va reuniendo, el tono se vuelve más familiar, más cercano, más de conversación de sala y cocina.
Y cuando llega la noche, desde las primeras horas hasta pasada la medianoche, todo se vuelve más alegre. Seguramente será el momento de poner la música más alegre, la de ‘aquellos diciembres que nunca volverán’, esas canciones que traen recuerdos de momentos maravillosos vividos en familia.
En ese contexto, el papel del locutor cambia. Además de ser el animador que busca energía, también es alguien que entra a la casa de los oyentes como quien entra a la sala de una familia: con respeto, pero pensando siempre en alegrar la fiesta.
La interacción con los oyentes también se transforma. No es la noche para concursos ni dinámicas frenéticas. Es más bien el momento de invitar a que quien quiera mande un saludo, una dedicatoria, un recuerdo.
De hacer preguntas simples, emocionales, que conecten con lo que se vive esa noche: con quién están, qué canción no puede faltar, a quién quisieran abrazar. Y de escoger pocos mensajes, pero significativos, para leerlos con respeto, sin burlas, sin prisa.
Cada mensaje es, en el fondo, un pedacito de la Navidad de alguien más.
Hay algo clave que la radio colombiana conoce bien: el 24 de diciembre, para muchísima gente, la emisora es sonido de fondo. No todos están atentos, no todos escuchan cada palabra.
Por eso los mensajes deben ser claros, breves, fáciles de captar incluso al pasar por la sala. No es el día para historias largas que exijan concentración. La música es la gran protagonista. La voz está para acompañarla, para acompañar la fiesta y a las personas que quieren vivir, a su modo y alejados de sus familiares y amigos, una celebración amable.
Esa radio deja huella. Porque alguien que está sirviendo un plato puede escuchar una frase que le recuerde a su mamá. Alguien que está solo puede sentirse nombrado cuando el locutor habla de quienes pasan la Navidad en silencio. Alguien que va manejando puede sonreír cuando oye que le mandan un abrazo a los que están en carretera. Son momentos pequeños, pero profundamente humanos.
Al final, todo se resume en entender que esta noche la radio no está para brillar, sino para estar. Una especie de abrazo sonoro que entra en casas, carros, hospitales, porterías y cabinas, y se queda ahí, a veces discreto, a veces festivo, mientras la vida de cada oyente sigue su curso.
Si cuando termina la noche alguien piensa, casi sin darse cuenta, que fue bueno tener la radio prendida, que esa voz hizo que la casa se sintiera menos vacía o la jornada de trabajo un poco más llevadera, entonces la radio habrá cumplido, quizá, una de sus misiones más nobles: la de estar al lado de la gente justo cuando más lo necesita, sin pedir nada a cambio, simplemente acompañando.

Tito López hace radio desde 1975 y ha creado formatos radiofónicos exitosos en Colombia, Portugal, Chile, Panamá y Costa Rica.
Es coach de talentos, intérprete de investigaciones de audiencia, productor, blogger, libretista y conductor de programas de radio.
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