
En un artículo llamado “Radio Caos”, Javier Rodríguez, quien fuera director de programación en Medellín de emisoras como Mundo Diners y Cámara FM, dice lo siguiente:
“Hay cosas que no se entienden. En 2025, todavía hay gente que llama por teléfono fijo a emisoras o escribe a través del Whatsapp corporativo para pedir canciones. Con paciencia esperan a que el DJ los complazca o se enojan en redes si sus solicitudes no son atendidas en las siguientes tres horas. Y, de paso, exigen que den crédito (¡digan mi nombre al aire!) a quien pidió la canción.
Obediente y comprometido con su audiencia, el locutor-control procederá a dar gusto, y de paso, traducir la complacencia: Hotel California de la agrupación The Eagles, Las Águilas”.
El artículo, en sí, es muy bueno. Recomiendo leerlo, especialmente porque concluye que una radio sin voz humana ni contenido se convierte en ruido repetido, en “caos” disfrazado de música.
Sugiere que, para que la radio recupere su dignidad y su función social, debe restaurarse el elemento humano: locutores, comentarios, contextos, criterio editorial.
Y estoy totalmente de acuerdo en esas conclusiones.
Sin embargo, con lo que no estoy de acuerdo es con que defienda la vitalidad de la radio, pero que, para llegar a esas conclusiones, adopte en sus primeras líneas un tono casi burlón hacia los oyentes que todavía llaman o escriben a las emisoras para pedir canciones o escuchar su nombre al aire.
Ese gesto, que para Rodríguez parece anacrónico (dice: “sí, en 2025”), es justamente una de las últimas manifestaciones vivas de la esencia misma del medio: la interacción, el que un oyente sea escuchado y pueda interactuar con quien emite la señal.
Es hacer que una persona se sienta parte de una comunidad, de un club en el que comparte gustos y tendencias con los demás oyentes de la emisora.
Cuando alguien llama, escribe o pide que digan su nombre, está buscando algo que ninguna plataforma puede ofrecer: la validación de ser escuchado.
Ese gesto, que para Rodríguez le parece tan “anticuado” es, en realidad, la prueba de que la radio sigue viva y genera pertenencia. Y me parece una contradicción en su artículo. Lo que el autor percibe como atraso es, paradójicamente, la prueba más visible de la vigencia del medio.
La persona que se toma la molestia de pedir una canción no solo quiere oírla: quiere sentirse dentro de un grupo, de una comunidad. Quiere existir al aire, aunque sea unos segundos. Andy Warhol, el famoso pintor y diseñador, dijo: “En el futuro, todos serán famosos durante 15 minutos”, y son esos 15 minutos (o segundos) los que busca el oyente cuando llama a una emisora.
Esa es una de las razones por las que, incluso en plena era digital, persisten programas de complacencias, saludos, mensajitos, concursos o dedicatorias: son pequeñas ceremonias de identidad y compañía que las plataformas jamás podrán replicar.
El autor del artículo interpreta esas costumbres como una “obstinación en el pasado”, pero el hecho de que subsistan y funcionen, tal como lo demuestran las emisoras musicales más exitosas, demuestra que esas costumbres no son simplemente nostalgia, sino una necesidad.
He trabajado con emisoras en varias ciudades y países y, donde la radio es más fuerte, es precisamente donde hay participación del oyente, donde conversan con él, donde le hacen bromas, donde mencionan su nombre (y el de sus seres queridos), donde lo complacen o le permiten participar en algún juego o actividad.
De hecho, el gran éxito de emisoras colombianas como Olímpica es eso. El juego con la audiencia. Es una radio viva, donde están pasando cosas todo el tiempo. Donde el locutor amarra, engancha al oyente mediante su participación.
La radio no es solo una forma de oír música, sino una forma de relación social. Es decir, aunque Spotify o YouTube ofrezcan “millones de canciones gratis”, no ofrecen conversación, ni humor, ni interacción en vivo, ni la ilusión de cercanía con un ser humano al otro lado del micrófono.
Y eso es lo que muchos oyentes todavía buscan, sin importar la edad.
En pocas palabras, la radio, en su forma más pura, siempre ha sido un club invisible: un grupo de personas que comparte emociones en tiempo real, conectadas por una voz común.
La petición de canciones, los saludos, las llamadas o los mensajes son los rituales de pertenencia a ese club.
Entonces, ¿por qué hay gente que le gusta llamar a una emisora a pedir una canción o mandar mensajes y saludos que suenen al aire? ¿Qué hay detrás de eso, incluso hoy, cuando la gente puede escoger lo que quiere oír, en el momento que lo quiera?
Por qué hay que tener complacencias y saluditos al aire en la emisora
Se trata realmente de un fenómeno profundamente humano que explica por qué, aun en plena era del streaming y las playlists personalizadas, hay personas que siguen llamando o enviando mensajes a las emisoras.
Aquí lo explico:
- Necesidad de conexión humana
Cuando alguien llama, manda un saludo o pide una canción, no lo hace solo por escuchar música: busca ser escuchado. La radio, a diferencia de Spotify o YouTube, ofrece interacción emocional y social.
El oyente, como dije arriba, siente que “forma parte” del programa, que el locutor lo nombra, lo reconoce y lo incluye en una comunidad. Es una forma de participación simbólica, como gritar: “¡Hey! ¡Aquí estoy, existo, pertenezco!”.
- Validación
Ser mencionado al aire da una pequeña dosis de reconocimiento. Aunque parezca simple, cuando se menciona el nombre propio, el de la pareja o el grupo de amigos en la radio, se genera una satisfacción parecida a la que hoy se busca con un “me gusta” en redes sociales.
Es un refuerzo positivo que crea vínculo emocional con la emisora y con el locutor. De hecho, recuerdo que Caracol Radio parafraseó alguna vez una cita del poeta irlandés William Butler Yeats que decía: «Nuestros oyentes no son extraños, solo amigos que aún no conocemos«.
- Inmediatez
Es cierto que con las plataformas de streaming, el usuario puede escuchar la canción que quiera en el momento que lo desee. Esa es una de sus más grandes ventajas.
Pero la radio tiene algo que las plataformas no ofrecen: un presente compartido. Cuando el oyente pide una canción y la oye minutos después, siente que el medio “le responde”. Es una conversación en tiempo real, algo imposible con un algoritmo.
Esa inmediatez en la respuesta convierte una simple canción en un acontecimiento personal.
- Nostalgia
Muchos crecieron escuchando programas de complacencias o de saludos. Para ellos, llamar a la emisora es una especie de ritual que conecta el presente con los recuerdos.
De hecho, en las redes sociales es común ver memes que recuerdan cuando los oyentes tenían sus manos en las radiograbadoras listos para grabar una canción, con la esperanza de que el locutor no hablara encima.

Y aunque hoy haya tecnología más avanzada, el hábito emocional persiste: la radio representa un espacio cálido, cercano, humano.
- Pertenencia
Cuando un oyente manda un mensaje se siente identificado con el tono del locutor o el estilo del programa. Como he dicho, siente que hace parte de un club del que es socio, aunque no haya pagado por pertenecer a él.
Y no es solo por la música, sino por el ambiente que se genera. Es la misma razón por la que un oyente defiende “su emisora”: se siente parte de una pequeña comunidad emocional.
- Acompañamiento
Hoy en día vivimos encerrados en una burbuja. Estamos pegados del celular todo el día, y eso hace que mucha gente termine sintiéndose aislada. Sola. En su propio mundo.
Aunque las plataformas de streaming ofrecen control total, también crean una especie de ‘soledad sonora’. El oyente no está compartiendo su vivencia con otras personas. Es un goce totalmente individual.
La radio, en cambio, ofrece compañía y espontaneidad. Saber que hay otras personas escuchando lo mismo al mismo tiempo sigue siendo una forma de conexión social muy poderosa.
Conclusión
El artículo de Javier Rodríguez, amigo mío y con quien trabajé en Cámara FM, nos dice que la radio no está muerta. Que está cambiando. Y que, aunque el mundo digital la desafíe, sigue viva en quienes buscan conexión humana más que algoritmos.
O, como lo dice en sus propias palabras: “Antes de enterrarla, escuchen lo que el muerto tiene que decir”.
La “moraleja” de Radio Caos es, en básicamente, un llamado a no subestimar la vigencia emocional y social de la radio, a reconocer que sigue siendo una voz viva en medio del ruido digital.
Y lo apoyo en todo. Estoy completamente de acuerdo.
Pero comienza con una contradicción que yo entiendo, por saber de dónde viene, y que podría ser motivo de otro artículo…

Tito López hace radio desde 1975 y ha creado formatos radiofónicos exitosos en Colombia, Portugal, Chile, Panamá y Costa Rica.
Es coach de talentos, intérprete de investigaciones de audiencia, productor, blogger, libretista y conductor de programas de radio.
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