Para celebrar el Día Mundial de la Radio de la UNESCO, la firma Pure Research publicó en la Gran Bretaña los resultados de una nueva investigación que revela que casi la mitad de las personas confía en la radio para llenar el vacío de su soledad.
La investigación encuestó a 2.000 británicos y reveló cuán solos se sienten. A pesar de vivir en un mundo cada vez más conectado, 1 de cada 5 encuestados dice no poderse conectar con las personas que lo rodean.
El británico promedio se siente solo dos días a la semana, y 1 de cada 4 (23%) dice que a veces pasará días sin hablar con nadie. De hecho, 1 de cada 10 también admite que con la única gente que habla es con sus compañeros de trabajo.
1 de cada 4 (25%) dice escuchar radio cuando se siente solo, pues siente que el locutor es su amigo. A más de un tercio de las personas también les gusta poner la radio como ruido de fondo, para usarla como compañía cuando se sienten solas.
Bueno, lo anterior solo confirma algo que todos quienes trabajamos en radio ya sabíamos, que la radio es la mejor compañía.
Pero, ¿qué pasa con el locutor, con el operador de sonido?
La radio es “un fenómeno de soledad compartida”, dice Luis Gerardo Salas, fundador de la emisora virtual mexicana Rock101, y tiene razón. Y otro mexicano, Pablo Latapí, dice que la radio “une la soledad del automovilista con la soledad del periodista en la cabina”.
Es una sensación extraña. Estar encerrado en un estudio, hablando solo, con la imaginación puesta en los cientos o miles de oyentes que pueden estar ahí escuchándonos.
En una cabina de radio, por lo general, no hay nadie más que quien está al aire. Esto es muy cierto en quienes hacen turnos de disc-jockey y no solo presentan la música sino que también operan los equipos.
Pero incluso cuando hay un operador, como es el caso de la radio Hablada, muchas veces el conductor de un programa también está solo, separado del productor por un panel de vidrio, y tratando de imaginarse a ese oyente promedio a quien le va a contar una historia.
Yo disfruto de la soledad de una cabina de radio.
Recuerdo, cuando participaba en el programa “En Blu Jeans” de Blu Radio, que llegaba muy temprano a preparar y revisar el material de lo que iba a presentar. El programa comenzaba a las 7 a.m., pero yo estaba en la emisora antes de las 6.
Particularmente los domingos, me encantaba ir caminando desde mi casa a la emisora a las 5 y media, en medio de la oscuridad. Llegaba al estudio, le entregaba mi producción al Operador de turno, y me sentaba solo en la cabina a actualizarme con las noticias del día y a revisar la escaleta.
Era como estar en un templo donde la magia estaba por comenzar.
Ese es nuestro lugar. Un sitio en el que tenemos que encerrarnos por varias horas para estar con nosotros mismos y con los oyentes imaginarios.
Allí revisamos las redes, respondemos mensajes, organizamos los papeles, limpiamos la mesa, nos rascamos diferentes partes del cuerpo, nos sacamos mocos o la cera de los oídos, cantamos a todo volumen la canción que está sonando, revisamos nuestras deudas, nos sacamos selfies, reímos con los mensajes que encontramos… allí vivimos.
Pero sé que muchos le temen a ese silencio, a esa soledad de una cabina de radio. Hay mucha inseguridad, exacerbada hoy en día por la inmediatez de las respuestas que generan las redes sociales.
Esa sensación de soledad, esa incertidumbre de saber si alguien lo está escuchando a uno es lo que lleva, la mayoría de las veces, a que muchos locutores y presentadores estén, de manera permanente, pidiendo “reportes de sintonía”, “saluditos” y llamadas a pedir sus canciones favoritas.
Con las redes nos alegramos cuando 15 o 20 personas les dan “like” a una de nuestras publicaciones. Nos sentimos estrellas cuando 100 personas se conectan para ver un Facebook Live. Creemos ser lo más grande cuando en el programa nos llaman 150 personas.
Pero, de la misma forma, creemos que nadie nos está escuchando cuando el teléfono, el Whatsapp o las redes no se mueven.
Esas llamadas, esos mensajes son un espejismo. No reflejan nada de la verdadera audiencia.
Voy a poner un ejemplo, aunque no está actualizado. Busqué la audiencia de lunes a viernes de la emisora Mix de Barranquilla en el ECAR 1 de 2018 (hace dos años).
En ese momento, durante el turno de 10 a.m. a 12 m., la emisora contaba con 63.700 oyentes. Eso es como llenar el Estadio Metropolitano de esa ciudad y que por fuera se queden otras 20.000 personas.
Ahora, y usando la misma herramienta, vámonos a una capital pequeña como Manizales y veamos el comportamiento en la misma franja de La Mega: según el ECAR, en ese momento, en esa misma franja, la escuchaban 2.300 personas.
¿Le parece poco? Pues resulta que es muchísimo más que las 10 o 20 llamadas o los 40 “mensajitos” de Whatsapp que un locutor recibe en un turno de 2 horas. Sí, puede que reciba más, pero nunca recibirá 2.300 llamadas o mensajes en un turno de 2 horas.
Usted no los ve, pero están ahí escuchándolo. Es que la gente no se la pasa pegada de un teléfono para llamar a la emisora. La gente vive. La gente hace muchas cosas. La gente está ocupada. Pero, sobre todo, a la mayoría de la gente no le interesa llamar a la emisora.
Claro, hay algunos afiebrados que lo hacen. Pero también llaman a otras emisoras, no solo a la suya. Y el hecho de que llamen a su emisora no quiere decir que hagan parte del target al que la emisora está enfocada.
Las llamadas o mensajes que la gente hace a la emisora no son relevantes para nada, y la información obtenida de esos mensajes no debe usarse para nada ni interpretarse como indicativa de nada. ¿Por qué?
Solo un puñado (generalmente menos del 5%) de los oyentes de una emisora llama a pedir una canción, a enviar un saludo o a hacer un comentario sobre la programación.
No hay forma de identificar a las personas que llaman. Las personas que se comunican con la emisora no son necesariamente del grupo objetivo, esto sin hablar de los que llaman o escriben por fregar, los de otra emisora que piden canciones malas, o los clubes de fans, que llaman a todas partes.
Incluso si pudiéramos conocer el perfil de las personas que se comunican con la emisora, la muestra es demasiado pequeña para generalizar los resultados y extrapolarlos al comportamiento de todos los oyentes de una estación de radio.
Sí, estar solo en una cabina de radio nos puede llevar a pensar que estamos aislados y que es posible que nadie nos esté escuchando. Pero eso es un espejismo.
Por eso mi recomendación es valorar esa soledad y aprovecharla. Es el mejor momento para preparar lo que va a decir en su siguiente salida al aire.
En lugar de preocuparse porque no recibe llamadas o mensajes, entienda que sí lo están oyendo, y que seguramente atraerá más oyentes si entrega mejores contenidos.
No pierda tiempo valioso pidiendo que lo llamen o que le escriban. Y no les haga perder tiempo e interés a sus oyentes, que no les interesa saber que “Pedro Pérez” está escuchando la emisora o le mandó un mensaje a su abuelita.
Hable del artista que acaba de sonar. Cuéntele al oyente, en pocas palabras, de qué trata la letra de la canción que sigue. Venda el evento de la emisora para este fin de semana. Lea tres o cuatro mensajes divertidos que encontró en Whatsapp o en sus redes sociales.
Hay tanto que contar; hay tantas formas de entretener a sus oyentes…
Aproveche la soledad de la cabina para concentrarse en su trabajo, para buscar información, incluso para chatear con algún oyente que le diga lo que le gusta y lo que no de su emisora o de su propio turno.
Acompañe a esa persona que está sola. Cuéntele cosas interesantes. Diviértalo. Haga que ese oyente sepa que usted lo entiende y le está entregando una conversación amable.
Comparta su soledad con un oyente solitario. Esa es la relación perfecta.