Hablar por la radio es un privilegio y, a la vez, una gran responsabilidad.
Estábamos a finales de los años 70. Junto a Donnie Miranda yo dirigía La Voz del Cine, una emisora de AM en Medellín. Hacía mis turnos de locución, pero tenía un gravísimo problema: no tenía licencia.
Sí, es que en esa época para poder hablar en radio y televisión, y grabar comerciales y cuñas, era obligatorio tener licencia. De hecho, el Ministerio de Comunicaciones tenía en Rionegro una estación monitora de radio, y una de sus labores era sancionar a las emisoras con locutores sin licencia.
A finales de 1978 se presentó la gran oportunidad: el Ministerio, como cada año, invitó a participar en sus exámenes para obtener el preciado documento. Las pruebas se harían en el radio-teatro de La Voz de Medellín, de RCN.
La reglamentación del ejercicio de la locución a través de los medios de radiodifusión sonora y la televisión de esa época se puede leer en este artículo: http://www.suin-juriscol.gov.co/viewDocument.asp?id=1803818
Todos los aspirantes esperábamos nuestro turno sentados en las butacas del teatro, y nos divertíamos viendo a nuestros colegas cumplir con los requisitos: primero, hacer una presentación personal. Luego, leer un texto. Más adelante, contestar algunas preguntas de cultura general. Y, finalmente, improvisar sobre algún tema.
Me llegó el turno. Siempre se me hizo fácil la lectura en voz alta, y me había leído todos los periódicos y revistas de la época para estar bien preparado, así que en esas pruebas no tuve mayores contratiempos.
Uno de los temas de interés por esos días tenía que ver con un proyecto de semaforización automática que supuestamente permitiría que todos los semáforos de Medellín trabajaran de manera sincronizada para obtener “olas verdes”, algo que nunca ha funcionado bien, incluso en nuestros días.
Me encantó el tema, lo estudié y lo preparé para hacer mi improvisación frente al jurado y el “distinguido público” que me iba a apreciar. Ese “público”, conformado por otros aspirantes, hacía muecas, chistes y señas para distraer a quien estuviera en el escenario. Muchas gracias.
Armado de valor, subí al escenario y comencé mi improvisación. Y no fue nada buena…: “Por estos días, uno de los temas que más se comentan en Medellín es el de la implantación de la seramo… somerafiza… semaforización electrónica”.
En medio de las carcajadas de mis adorables colegas seguí adelante como si nada hubiera pasado. De ahí en adelante no me volví a ‘caer’ y mi charla continuó tal y como la había preparado.
De esta forma, un par de meses después recibí la licencia 3172 del Ministerio de Comunicaciones de Colombia.
Por esa época era obligatorio, al terminar el turno, decir el nombre completo y el número de licencia, para que en el Ministerio pudieran hacer monitoreo y control. Por eso no podía usar mi apodo al aire, y al finalizar mi turno me despedía diciendo: “Les acompañó su disc-jockey Oscar Jaime López, con licencia 31-72 del Ministerio de Comunicaciones de Colombia. ¡Hasta pronto!”.
10 años más tarde llegué a Bogotá. Mi licencia comenzaba en ‘3’, lo que significaba que era de tercera categoría. Eso no me permitía hablar por emisoras de primera categoría, es decir, donde estaban Caracol, RCN y las frecuencias de AM más poderosas a la izquierda del dial.
Además, no podía grabar comerciales ni presentar programas de televisión. Entonces apliqué nuevamente, en 1990, esta vez para sacar licencia de primera clase.
El examen era similar, y yo ya tenía más ‘cancha’, luego de haber trabajado en Radio Disco ZH y Veracruz Estéreo de Medellín, presentar programas en Teleantioquia y conducir el “Zoológico de la Mañana” en Bogotá.
El examen fue sencillo y lo pasé sin mayores contratiempos. De hecho, el mío fue el segundo mejor puntaje, superado solo por Pía Barragán, experta en temas culturales y locutora de Caracol Estéreo.
Y a pesar de que me entregaron la resolución, todo quedó en ‘veremos’, porque la nueva constitución colombiana, la de 1991, decretó que la locución no era una profesión sino un oficio, por lo que ya no existía la obligación de tener licencia para hablar por radio o televisión.
¿En que se basó esa decisión?
Ante todo en que las ocupaciones, artes y oficios que no exijan formación académica son de libre ejercicio, salvo aquellas que impliquen un riesgo social. Por tal motivo, el Ministerio del ramo no puede exigir ni expedir licencias de locución, mientras la ley no exija la formación académica para dicho trabajo.
Pero, además, hay un tema de libertad de expresión. En Colombia está prohibida la censura que, según la Corte Constitucional, “supone el control y veto de la información antes de que ésta sea difundida, impidiendo tanto al individuo, cuya expresión ha sido censurada, como a la totalidad de la sociedad, a ejercer su derecho a la libertad de expresión e información”.
El tema de la censura es delicado. Es cierto, muchos se preocupan por el lenguaje que se utiliza en algunas emisoras. Sin embargo, el tema va más allá. ¿Podría el Gobierno de turno ‘callar’, ‘silenciar’ o simplemente buscar alguna excusa para suspender o retirar la licencia a alguien que lo incomode?
¿Quién definiría -y bajo qué parámetros- qué se puede decir, o quién tendría la autoridad para definir cuáles palabras no se pueden mencionar?
Pero volviendo a la preocupación por el uso del lenguaje, la Corte también afirma (Sentencia T-391 de 2007) que “La libertad constitucional protege tanto las expresiones socialmente aceptadas como las que son inusuales, alternativas o diversas, lo cual incluye las expresiones ofensivas, chocantes, impactantes, indecentes, escandalosas, excéntricas o simplemente contrarias a las creencias y posturas mayoritarias, ya que la libertad constitucional protege tanto el contenido de la expresión como su tono”.
Y concluye: “Así, lo que puede parecer chocante o vulgar para unos puede ser natural o elocuente para otros, de tal forma que el hecho de que alguien se escandalice con un determinado mensaje no es razón para limitarlo”.
¿Esto es bueno o es malo?
Muchos locutores de la vieja guardia creen que la radio “se dañó” y perdió calidad desde ese momento. Su preocupación radica en que a la radio, en particular, ahora llega gente sin mayor preparación. Y muchas veces tienen razón.
También les preocupa el uso de lenguaje vulgar u obsceno, pero ya vimos que la Constitución de nuestro país permite decir lo que uno quiera por el medio que quiera. Eso sí, cualquier persona que diga falsedades o insulte a otra persona podrá ser demandado legalmente.
Hasta aquí el tema legal.
Sin embargo, y este es mi punto de vista, una licencia no marca la diferencia. Recuerdo que en los años 70 se comentaba que muchos ‘compraban’ las licencias mediante sobornos. Pero más allá de esa práctica tan común entre los colombianos, la responsabilidad de los contenidos que se emiten al aire está en los jefes.
Me refiero a los directores, gerentes y personal de desarrollo humano de las emisoras, que son quienes hacen las contrataciones mediante diferentes filtros, y que son quienes fijan las reglas y parámetros por los que se deben manejar en cada emisora.
Una licencia no evita los problemas. Llevados a otro plano, a pesar de que se exigen licencias de conducción, todos los días hay accidentes de carros, motos y demás vehículos. Edificios y puentes con licencia de construcción, se caen. Delincuentes con licencias para portar armas, cometen asesinatos.
En pocas palabras, no estoy de acuerdo con la implantación de las licencias de locución.
Repito: desde mi punto de vista, son las directivas de las empresas de radio quienes deben regular, monitorear y controlar los contenidos de acuerdo con su visión empresarial y con la ética y valores en las que decidan basar su comunicación al aire.
Y usted: ¿qué opina?