De acuerdo con los registros de la Dirección de Certificación en Locución de la Secretaría de Educación Pública, se expidieron hasta febrero de 2016 alrededor de dieciocho mil certificados que avalan a locutores profesionales como tal.
Es obvio que no todos los dieciocho mil son igual de reconocidos por los radioescuchas; es más, me atrevería a decir que tal vez mil han adquirido un renombre que los coloca como figuras públicas, y muchos de ellos y ellas, incluso, no poseen la certificación de la SEP. Luego entonces, ¿qué determina el éxito y la popularidad de algunos locutores, conductores y actores de la voz sobre otros que más bien realizan una labor anónima, o no tan reconocida por el público ni las audiencias?
No podríamos decir que unos nacen con estrella y otros estrellados, ni podríamos decir que la locución es un apostolado anónimo que debe permanecer en la discreción para ser auténtica o más noble. No, la locución, la conducción o el trabajo de la personalidad de los comunicadores tiene todo menos la búsqueda del anonimato.
La verdad sea dicha, una de las cosas que más aqueja a los actores de doblaje de series y películas es que en muy pocas ocasiones sabemos quién es el hacen la traducción al español, así que ese anonimato no es voluntario ni gozoso para los propios actores de la voz o las voces en off, o bien los locutores de cabina, porque al final sólo un ramillete de periodistas, conductores, locutores o actores de doblaje se llevarán las palmas y el reconocimiento de las audiencias.
Ergo, vendría bien cuestionarse ¿qué efecto genera en los propios comunicadores que su labor tome nombre, sobrenombre y reconocimiento? Para alguien como Toño Esquinca, a juicio de esta columnista, la fama ha hecho que el titular de La Muchedumbre se aleje de los radioescuchas y de su propia esencia y sentido de comunicación.
El que los locutores de emisoras populares usen sobrenombres, apodos e incluso pseudónimos hace un doble juego: permanecen anónimos en su vida privada, pero se vuelven particularmente cercanos a la gente, les confiere una sobreconfianza para meterse con los radioescuchas, e incluso los protege en caso de agredir, bromear o incumplir con los radioescuchas, amén de que les da un halo de especial misterio y hasta de atractivo sexual dado el anonimato, o bien, el renombre entre sus admiradores.
La popularidad de personas como Carmen Aristegui, Adal Ramones, Mariano Osorio, Martha Debayle, José Antonio El Panda Zambrano, y tantos otros genera imagen a los medios de comunicación para los que trabajan, pero lleva la desventaja de que los aleja de su propia vida privada. Así es que, pese a que es muy atractivo para nuestro medio desear ser de harto conocido, también es cierto que esta popularidad le genera al famoso una presión para seguir estando en el candelero del reconocimiento entre las audiencias, ya que de no pasar esto, sobreviene una frustración tan grande que ha llevado, incluso, a afecciones psicológicas y depresión en el que siendo famoso un rato, luego es desechado, por la razón que sea, de ese escaparate público.
Existen pues, reconocidos comunicadores que darán hasta el reino por permanecer en el candelero de la fama y otros que llegan a ser famosos por sus acciones o actitudes, pero que transitan la experiencia menos aferrados a esa figura pública que tanto han sobrealimentado los más ególatras. Sin duda la fama y el reconocimiento en público significa una energía adictiva, pero la verdad sea dicha, son pocos los locutores libres de la sed de fama y reconocimiento, y tal vez, sólo tal vez, éstos que no mueren por ser reconocidos son ¡los buenos y sabios locutores!
¡Bueno eso, eso digo yo!