Eran las cinco de la mañana e iba de camino hacia Iguala, Guerrero, donde impartiría un taller acerca de las herramientas actuales de la radio. Sabía que por el lugar y el quórum que enfrentaría, debería de tocar el tema de la falta de profesionalización para locutores desde que se derogó la certificación de locución de parte de la Secretaría de Educación Pública; sabía que tocaría el tema de los derechos humanos, de las inequidades en el gremio periodístico de México… Eso pensaba cuando la luz del pasillo de la escalera de mi casa no se encendió, di el paso, mi pie se dirigió al vacío, caí como tres Me levanté como pude y seguí mi camino hacia el curso en Iguala.
Si la curiosidad les gana lo acepto: la vivencia concluyó con un esguince en cada tobillo, pero el incidente me llevó a esta reflexión: ¿El periodista o el locutor se pueden dar el lujo de lastimarse y evitar un trabajo? O como en mi caso, sólo hube de decir: “Doy el curso o no me lo pagan…”
Durante la ceremonia de inauguración de la XIII Convención Estatal de Periodistas de Guerrero, tres periodistas levantaron una manta que se refería no a cuestionar al gobierno, no a los 43 estudiantes de Ayotzinapa, sino que señalaba que el fondo de apoyo estatal del gremio favorecería sólo a algunos periodistas, no a todo el gremio.
En el taller me llamó la atención que no había participantes menores a los treinta años de edad; habían maestros, locutores, activistas, pero no vi reporteros, novatos ni becarios de las carreras de comunicación.
En fin, no podría descalificar a nadie, ni me interesa señalar a asociaciones nacionales, agrupaciones de periodistas, sindicatos, empresas de medios, ni quisiera descalificar a las autoridades de cualquier institución que vayan a responder a la solicitud de Enrique Peña Nieto acerca de ejercer o poner en marcha mecanismos de protección a periodistas; sin embargo, y luego de treinta y tres años de experiencia en la labor activa del periodismo, me alarman de sobremanera dos cosas diametralmente existentes: la sobreprotección de periodistas y locutores veteranos en gremios, sindicatos, clubes de retiro –y hasta entre compadrazgos de esa naturaleza– y la presión que estas agrupaciones ejercen “¡¡¡exigiendo derechos y obligaciones de las autoridades y empresas empleadoras en pro de proooteger al gremio!!!”, versus los cientos de comunicadores, locutores, reporteros que ni siquiera tenemos servicios mínimos de salud, fondo de ahorro o cursos de capacitación. ¿Por qué? Porque somos freelancers.
Claro que los informadores veteranos que forman parte de un club de periodistas, una asociación nacional de locutores o un grupo de síndicos, aunque ya hayan terminado su vida laboral activa no merecen quedar fuera de los beneficios de quien es un comunicador en activo; sin embargo, si entendí las declaraciones del ejecutivo nacional y de los ejecutivos locales de que la idea es enriquecer con herramientas reales y viables a nuestro gremio sin distinción a todos; entonces ¿cuáles serían los criterios para incluir o descartar de sus derechos a un periodista de otro?
La defensión que las agrupaciones ofrecen a sus agremiados debieran de quedar aparte a la hora de aplicar los criterios y seleccionar a quienes serán beneficiados por estos fondos sociales o por estos mecanismos que se están empezando a obtener por parte de las autoridades y usarse en beneficio de mis colegas todos, para que las autoridades correspondientes favorezcan las condiciones laborales, de actualización profesional e incluso la circunstancia de salvaguardar la vida, el trabajo o la salud por igual.
Luego, los periodistas, locutores, camarógrafos, reporteros y freelancers, que somos un mínimo del ochenta por ciento del total del gremio de la industria, y que por desgracia, por ser parte de “nada” nos encontramos en la indefensión total, pero que estamos expuestos por estar en activo publicando o generando información en cualquier medio, debiéramos ser tomados en cuenta como derechohabientes reales a estos mecanismos que las autoridades federales se proponen seguir ejerciendo para protegernos la vida, la salud, los derechos e incluso la justa remuneración por nuestro trabajo.
Sé que es penoso confesarlo de mi parte, pero quiero ser sincera en todo: cuando iba de camino a Guerrero yo ya sentía que estaba lastimada de los tobillos, pero como parte de este 80% de periodistas freelancers, quienes extremamos las condiciones de nuestro trabajo, me seguí de frente para dar el curso, sí por el heroísmo de nuestra labor, pero sobre todo porque si no, no cobramos. ¡No llega lo suficiente para comer o cubrir nuestras necesidades básicas y vitales diarias! ¡Luego andamos perdiendo la vida, la chamba por la nota..! ¡Se oye mal, pero… es la pura verdad! ¡Bueno eso, eso digo yo!