El cucuy es un personaje que ha vivido durante siglos en el folclor y la imaginación de los niños de América Latina. Su misión es inspirar miedo. Y ha aterrorizado, en noches sin fin, a generaciones de chamacos que creen ver su enorme y siniestra sombra en medio de la noche, pasando por su ventana. Por eso quizá sea un acto de justicia poética que haya sido otro Cucuy, surgido de lo más profundo del continente, el que haya logrado combatir el miedo de quienes un día le temieron al monstruo de la fábula. Su armadura ha sido la risa, que es, por cierto, el más eficaz antídoto conocido. Se trata de un cucuy nacido en Honduras que también, por cierto, era un ser nocturno. Desde adolescente me gustaba refugiarme en las penumbras de la noche, comenta con una sonrisa Renán Almendárez Coello, el célebre Cucuy de la Mañana. Mis hermanos me decían el nocturno.
Cucuy es también una palabra que ha tomado un nuevo significado para quienes han cruzado (ilegalmente) la frontera de México–Estados Unidos (…) es la historia del miedo y la ansiedad de cruzar la frontera bajo el velo de la noche”, donde gritar ¡Ahí viene el Cucuy!” equivale a un aviso de la proximidad de la migra. Las mismas “cansadas, agotadas, acurrucadas masas” justamente, a las que Renán durante tantos años confortó con buen humor y altruismo. En su momento, Renán Almendárez rompió todos los récords; ocupó el primer puesto del rating radiofónico —incluyendo la radio de habla inglesa— durante 24 trimestres consecutivos, de acuerdo a las mediciones de Arbitron, y alcanzó los índices históricos más altos en la cantidad de minutos que un oyente escuchaba su programa sin cambiar a otra emisora.
Lapaterique, rodeada de pinos
Renán Almendárez nació el 18 de noviembre de 1953 en Lepaterique, un frondoso poblado rodeado de montañas, a 45 kilómetros de Tegucigalpa. Ahí transcurrieron los primeros cinco años de su vida en una situación económica muy precaria. Su padre criaba cabras y era amante de los remedios naturales. En su libro autobiográfico publicado en 2002, En la Cumbre de la Pobreza, Renán recuerda cómo el señor Almendárez los llevaba al campo, los hacía hincarse y arrancar directamente con los dientes una yerba llamada epazote, para purgarse. Decía que teníamos que comerla humedecida por el rocío de la noche, recuerda. Cuando uno de sus hermanos nació de manera prematura, sin acceso a incubadora, el padre puso al niño en medio de ladrillos y tejas calentados al fuego. Así se salvó ese muchacho.
Al poco tiempo, la familia emigró a la capital hondureña en busca de mejores condiciones de vida. Llegamos a Tegucigalpa en una baronesa, que son camiones con carrocería de madera, muy pintorescos; arriba en la parrilla traen la verdura, fruta e incluso animales. Yo era un niño delgadito, pequeñito y medio rebelde. Mi primera escuela se llamaba Escuela República de México. Después pasé a la Escuela de Varones Lempira, que es a donde asistía todo el pueblo. Ahí saqué mi sexto grado, pero yo no quería estudiar. Yo quería ser artista. Fui al colegio porque tenía que ir, pero pasaba de grado sólo por mis habilidades de orador. Siempre que había algo en la escuela, yo era el que ceremoniaba y actuaba. Si concursábamos con otras escuelas, nos ganaban en todo; en básquetbol, en dibujo, pero nunca en actuación ni en declamación, porque ahí estaba yo, siempre listo.
No pasó mucho tiempo para que Renán tuviera un micrófono enfrente y un auditorio —aunque pequeño— encantado con su voz. Era todavía un adolescente pero ya tenía un timbre privilegiado que le permitía hacer diferentes estilos. Estaban de moda las radionovelas, todo mundo las oía y todas llegaban de México: Kalimán, Chucho el Roto, El Rayo de Plata… Por ellas me enamoré de la radio. Entré a la locución en 1969, pero fue por accidente. En ese tiempo yo vivía en el barrio de Las Crucitas que era —y sigue siendo— el más pobre de Honduras. El hermano de la esposa de mi hermano manejaba un automóvil con una bocina amarrada al techo para anunciar productos. Trabajaba para la dulcería “La Pequeña Lulú”. Un día llegó y se estacionó afuera de la casa. Acababan de salir unos dulces nuevos, los chicles “Romi” y yo lo acompañé. Nos estacionamos afuera de la tienda y sin aviso de por medio, tomé el micrófono y comencé a hablar por el altavoz:
Viajando en la nave del buen gusto, llegaron a Tegucigalpa los deliciosos chicles Romi. Búsquelos en la dulcería `La Pequeña Lulú ́ y conviértalos en una bomba de dulzura.
Yo no sabía que aquello era una producción, pero al dueño de la dulcería le gustó. Como no podía costear un locutor profesional, me pagaban con comida: `Ahí dale lo que se pueda, unas cinco lempiras, y algo de comer ́. La primera estación que acogió su voz fue “Tic-Tac, la incomparable de Honduras”, donde comenzó modestamente dando la hora, hasta que tuvo la oportunidad de reemplazar a un locutor. El joven, de apenas 15 años, trabajaba todo el día por 30 lempiras al mes. Después vino “Radio Fiesta, la fórmula festiva”. Hacía de todo. Siempre me dieron los turnos de la mañana. A las cuatro entraba a Radio Tic-Tac, donde era más serio; en las tardes hacía unos programas que había que animar: saludar a los taxistas, a los choferes de autobús. Luego pasé a una estación del sur del país, La Voz del Pacífico, que es donde realmente empecé a agarrar madera de locutor. Empecé a sentir el sabor de la radio y de la época que me tocó presentar: Camilo Sesto, Los Ángeles Negros, Yolanda del Río, Javier Solís, Cornelio Reyna, todos los tríos y solistas rancheros. Yo tenía los programas más escuchados, los que requerían mucha energía. Empecé a ser invitado a eventos de gente importante, a estas de alcurnia del Puerto de San Lorenzo, el principal de Honduras. Ahí es donde empiezo a sentir también el sabor de la radio. Porque la radio tiene sabor, y para mí era el sabor del éxito.
De ahí, Renán pasó a “La Dimensión, la Emisora de la Amistad”, una estación católica donde sólo salía al aire sábados y domingos. Pero la carrera en ascenso del joven se vio momentáneamente interrumpida debido a un grave accidente automovilístico que casi le costó la vida: perdió la voz y quedó sin audición. Afortunadamente, después de un año, alcanzó una completa recuperación. Trabajaba en siete emisoras distintas haciendo uso de una capacidad histriónica que le abrió muchas puertas. Cuando ingresó a Radio Honduras, la emisora oficial del gobierno de la república, inició su verdadero despegue. Ahí los sueldos eran altísimos para aquel tiempo, y ahí me tienen, de traje, porque era el vocero del presidente. Me convierto en el locutor oficial de la radio en programas matutinos, y trabajo con el cuadro artístico de Radio Honduras. También en esa época entré fuerte a la televisión. Mi primera participación fue en Cristo,´ donde hice el papel de Juan Evangelista, el más joven de los apóstoles, aunque también doblé las voces de Barrabás y Pedro.
Del Libro de monitorLATINO En la misma sintonía: Vidas en la radio
Fin 1era Parte