Para muchos jóvenes capitalinos —y aquellos del resto de México que alcanzaban a sintonizar la WFM 96.9—, su primer contacto con el rock estuvo cobijado por la voz barítono de un joven llegado de provincia, no sólo para imponer el rock nuevamente como un producto aceptado, mainstream, de la radio en México (“En aquel momento todo lo que oliera a rock era mariguano, mal visto”, interviene). Víctor Manuel Luján había llegado también a implantar un estilo de locución que prácticamente nunca se había oído, mucho menos en la FM: hablado, personal, ocurrente, casi hecho poesía con los ingeniosos slogans que nacían de su mente. Justo era que fuera precisamente Víctor Manuel Luján quien, en 1985, comentara en vivo, para la televisión mexicana, el legendario concierto de Live Aid.
Luján nació en Parral, Chihuahua, en una familia compuesta por seis hermanos. Su padre trabajaba en una compañía minera y su madre se dedicaba al hogar. Su interés por la radio llegó temprano. “Estaba en la primaria y había una estación muy popular, la XEGD, La Poderosa de Parral”, recuerda. “Una vez, en un recreo me escapé y fui a dar a un evento como los que hacía la XEW, con su teatro estudio y artistas. En ese momento me volví loco, dejé de ser niño, se me olvidaron los recreos y toda mi vida se concentró en eso. Aunque era apenas un niño de quinto de primaria, me gustaba meterme ahí. Descubrí que había música, la relacioné con la radio y me les pegaba. A veces me corrían, otras me daban entrada, pero me aferré hasta que logré que en unas vacaciones me dieran trabajo de mozo. Era algo modesto, pero yo estaba feliz por formar parte de eso. Después fui mensajero y al fin me dieron la oportunidad de operar. Yo me sentía en las nubes, y aunque todavía no me daban la oportunidad de estar al micrófono, que era lo que yo quería, me daban permiso de practicar”.
La muerte de la era Disco y la WFM
“Yo quería trabajar en la radio y tuve que buscarle mucho”, admite Víctor, que ya no tenía otro objetivo en la vida sino trabajar en una cabina con discos. Buscó en la capital del estado, pero se encontró cerradas todas las puertas. Su primera oportunidad llegó cuando le llamó un amigo para decirle que estaban buscando a alguien que tuviera muchas ganas de trabajar en una estación de Manzanillo, Colima. “No la pensé”, recuerda. “Me fui sin siquiera saber dónde estaba Manzanillo, y ahí empecé. Yo quería meterme a Guadalajara pero era muy difícil, porque era una radio muy profesional. Poco después recibí una llamada de Monterrey, que fue la gran escuela para mí porque en la capital de Nuevo León tuve grandes maestros. La radio de Monterrey es muy superior, al estilo americano. Ahí trabajé en Radio Alegría, donde también hacía jingles, y luego brinqué a Estrellas de Oro”. Sin embargo, el joven Luján tenía ya su meta bien trazada: la Ciudad de México, y más específicamente, Televisa.
“De Monterrey me jaló otro grupo de Guadalajara, Ondas de la Alegría, y me dieron la dirección artística de una FM de Tijuana. Les encantaba el estilo que yo traía de Monterrey. Yo andaba por los veinte años de edad. De ahí me llevaron otra vez a Guadalajara al Canal 58, y también le pegamos duro con mi tipo de radio agringado”.
Una de las etapas más recordadas de Luján —y de la radio en México— sin duda tuvo que ver con la aparición y evolución de la WFM 96.9, a la que muchos consideran no sólo la portadora de un estilo innovador, sino semillero de talentos y cuna de la más importante oleada de rock en español del siglo XX.1 La estación había sido creada en 1975 por Emilio Azcárraga y tras el micrófono estaba Mario Vargas, un importante personaje de la radio fuertemente identificado con la época de la música disco. Con la “muerte” simbólica de la Disco en Chicago y el declive de toda esa cultura, la marea retrocedió y en 1981 tocó a Víctor Manuel Luján tomar la estafeta. Su misión sería llevar nuevas bandas, estilos y actitudes a una nueva generación que buscaba otros sonidos. Con la locución y dirección artística de Víctor Manuel, la estación, ahora llamada Rock Stereo, empezó a ofrecer un concepto más fresco y a dar una imagen más juvenil transmitiendo el rock pop de principios de los años 80. La estación de inmediato captó la atención del público. “A Mario Vargas ya se le había acabado el gas”, comenta Luján, “y la gente de Televisa estaba buscando algo diferente. Un día me llegó una llamada de Jaime Almeida para la dirección de WFM en la Ciudad de México. Tuvimos una entrevista y a los 15 minutos ya estaba contratado. Tenía 23 años. WFM era una gran responsabilidad, pues además de ser locutor y programador, también era el encargado de la administración”.
La estación fue, en cierto modo, un laboratorio para el resto de la industria radial. Luján tocaba desde Fleetwood Mac hasta heavy metal, un estilo que comenzaba a escalar los charts en Estados Unidos. El locutor, con absoluta libertad de elección, fungía a la vez como programador, director artístico y creaba pequeños slogans e himnos de diez segundos tanto para presentar como para despedir las canciones. Si antes el locutor promedio de la FM era más mecánico y su labor se limitaba a presentar los títulos de las canciones, ahora se podía convertir en un poeta: “Erradicando totalmente cualquier indicio de monotonía”, decía Víctor Manuel; “Más allá de las fronteras usuales de la radio” o “Los titanes atacan de nuevo” eran el tipo de banderines que él iba creando al aire para presentar a grupos como Status Quo o a Foreigner. Sobre todo, aquella generación recuerda su Monster Production Show, donde además de la música daba notas sacadas de las revistas Hit Parader o Rolling Stone, información sobre los integrantes de las bandas y abría el micrófono a la gente para pedir sus opiniones; si le gustaba una canción la repetía, y si el público se lo pedía, se quedaba más tiempo en la cabina.
“WFM era una estación para la clase alta, una emisora más bien para señores, con mucho jazz. Yo llegué y rompí con todo, pero tuve que prepararlo durante seis meses, haciendo pruebas, grabando. Yo no soy locutor, yo soy DJ, y por eso traté de hacer las cosas de otra manera. De niño, mi primer regalo fue una grabadora de casetes que tenía un poderoso receptor de radio, y en las noches escuchaba estaciones setenteras de Estados Unidos que eran muy agresivas; era una radio muy atractiva, feroz, con Rick Dees, Howard Stern, y de ahí me agarré. En lugar de hacer como los locutores gritones, que terminaban hacia arriba (con una nota más alta), yo lo hacía hacia abajo, hacia las graves, y eso resultó muy atractivo (ahora todos lo imitan, hasta los banderos). Al rock no lo dejaban entrar a México. Todo lo que oliera a rock era mariguano y violento. Yo hice una estación elegante, con música fregona, fresca, sobre todo accesible, para que la gente dijera `Ah, qué rico está esto´: Toto con Rosanna, Asia con Heat of the moment, Fleetwood Mac con Hold me… y a cada canción le ponía una especie de presentación o despedida. La emisora primero se iba a llamar “La Caverna del Rock”, pero el Tigre (Azcárraga Milmo) llegó y me dijo: `¿Cuál pinche caverna? No. Ponle otro nombre´.
“Así, entré con la onda pop”, continúa. “En la primera parte de los años 80 venía un rock muy fresco: Supertramp, Sting, Outfield, The Cars, Alan Parsons, Pat Benatar, y la verdad fue un trancazo. Mi voz estaba las 24 horas. Fui el primero en estar en vivo en FM; antes, estaban grabadas. Ése era mi fuerte, y nos los comimos a todos. Al principio eran los fresas los que escuchaban la estación, pero luego se fue juntando toda la raza y la banda. El público del DF estaba reprimido; es un público bravo, agresivo, muy clavado. Quería a Status Quo, a Black Sabbath, y más adelante a Luzbel. Por eso, cuando empezaron a surgir las propuestas tipo Cindy Lauper y Madonna —el rock bailable—, la raza protestaba. Quería puro Scorpions y Def Leppard. Alegaban que el rock es cultura, que el rock es la filosofía. Pero yo era totalmente libre; sabía que ante todo se trataba de una estación comercial. En la revista Conecte me aventaban pedradas: que tocábamos puras fresadas, que por qué no tocábamos a Briseño, a Paco Gruexxo, los mismos de toda la vida. Pero yo sentía que eso era justamente lo que le había dado en la madre al rock, y yo quería limpiar esa imagen”.
Víctor Manuel no se quedó callado. A las páginas de Conecte les replicó, al micrófono: “No compren esa cochinada, mancha las manos. Tuvo que venir a verme el dueño para pedirme que le bajara. Peor yo le dije que él también entendiera el trabajo que me había costado levantar una FM con música rock, en Televisa. Después vinieron un montón de propuestas que querían imitar el sello. De ahí surgió el interés de los juniors de venirse a hacer radio. Me mandaron de aprendiz a Miguel Alemán (Magnani); luego llegó Martín Hernández, Iñárritu, la Charo (Fernández), pero Miguelito ya venía con un presupuesto grande, y yo me fui con Luis de Llano a Televisa. Me dieron televisión, (voz en) todos los canales, gafete blanco (el de los ejecutivos); incluso fui DJ en los cumpleaños de Emilito (Azcárraga). Andaba en esa palomilla, con los Alemán Magnani”.