Había una vez un hombre tan, pero tan optimista, que cuando le dio un infarto dijo que era una corazonada.
Había una vez un perro tan inteligente, per tan inteligente, que cuando le gritaban “¡Ataque!”, el perro se tiraba al piso y le daban convulsiones.
Había una vez una ciudad tan seca, pero tan seca, que las vacas daban leche en polvo.
Había una vez un hombre tan pequeño que se subía encima de una canica y decía “¡El mundo es mío!”.
Había una vez un ratero tonto, pero tan tonto, que cuando robaba una tienda, se llevaba los maniquíes para no dejar testigos.