LA VENTANA CIEGA ¿Locutores sin mecate o amordazados sin rescate?

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¿Qué será lo correcto, apegarse al buen decir o aguantarse de decir? He tenido la oportunidad de platicar, de manera informal, con la subdirectora del Centro de Capacitación Televisiva DGTV de la Secretaría de Educación Pública, maestra Emma Ortiz Soriano, y de esta charla me han surgido varios puntos a reflexionar: El más importante ha sido: ¿qué significado ha tenido realmente el que exista la certificación de locución ante la SEP? Y es que, sí bien es cierto que, de acuerdo al artículo sexto de la constitución mexicana “Todos tenemos derecho a decir todo”, también es cierto que hay una gran diferencia entre quien habla a una audiencia virtual (digamos de manera personal), y quien se expresa a través de los medios de comunicación masiva con alcances de audiencias en miles de radioescuchas o televidentes.

Pese a que las redes sociales y las aplicaciones móviles en nuestros días están abatiendo fronteras de seguidores, también es cierto que la audiencia que nos percibe a través de la radio y la televisión abiertas sigue siendo amplia, muy amplia; de hecho los medios “abiertos” se replican a través de los digitales y esto sólo hace mayor el impacto en la sociedad.

A un año y cuatro meses de haberse derogado el ejercicio de expedición de certificados en locución y conducción por parte de la SEP, muchos podrían decirme que… ¡no ha pasado nada! Sin embargo, es tan evidente el desmembramiento del adecuado uso de la locución como herramienta de expresión social que hoy ya “hemos conquistado” la viralización de todos los temas, todas las imágenes y, más grave aún, de todas las expresiones habladas.

Es doloroso constatar que la sobreadjetivación y el cada vez mayor latrocinio al idioma, el decir sin importar, sin que se ejecute acción o sanción contra quien agrede a la sociedad a través de sus dichos, gestando un daño permanente a nuestra vida diaria. Existe un punto más que me resuena cuando de tomar responsabilidad social, civil y social en locución se trata, y es la falta de profesionalización, ergo la falta de pago adecuado a quienes ejercen la tarea de la locución y conducción como medio de subsistencia.

Un periodista, un locutor de cabina, un ciberlocutor, un youtuber o un influencer tienen todo el derecho a decir, a expandir sus ideas y acciones a través de los medios reales o cibernéticos; sin embargo, no sé si a usted le pase, pero a mi sí que me hace ruido que cuando estuvimos decididos a otorgarles a los jóvenes la libertad de expresión fue exactamente como si hubiéramos soltado la cuerda para dejarlos decir, decir, decir y decir… Al grado que ellos dicen… nada… o dicen, pero acerca de los mismos temas cotidianos que ya se expresaban a través de la radio desde hace noventa años.

Aquí no es triste la falta de creatividad o de generación de contenidos, lo triste es que el mensaje que más les estamos dejando a los jóvenes radioescuchas del siglo XXI es que a menos responsabilidad tengamos respecto a lo que expresamos vendrá más libertad de decir… cosa que es del todo falsa.

El tema no es que toda la humanidad tenga derecho a hablar, por ejemplo, del atentado contra menores asistentes a un concierto de Ariana Grande, sino que hoy día cualquiera puede decir cualquier cosa o barbaridad del tema. La certificación en locución había venido a permear a quienes tomaban a la radio como una empresa intelectual, o bien de entretenimiento, pero bajo reglas de revisión y clasificación de contenidos, cosa que aparentemente se acabó con la anulación del uso del certificado en locución.

Aparentemente y de facto no hay ninguna diferencia entre que un conductor de noticias dijera a través de la radio de frecuencia modulada –de forma hipotética, “que todos debemos de ser terroristas alguna vez para gozar de la adrenalina de dañar”, a que lo expresase en un twit un influencer cualquiera… Esta es la falta de herramientas legales y formativas a las que estamos exponiendo a los jóvenes creativos sin certificación, sin verdaderos elementos de capacitación y que están egresando de las carreras de ciencias de la comunicación.

Es muy justa la libertad de expresión, y a su vez, resulta muy indignante la represión contra periodistas, locutores y reporteros que son asesinados o expulsados de sus trabajos por lo que expresan; sin embargo, existe una disparidad en estos dos extremos, hay una falta de congruencia cuando se trata de otorgar herramientas para ejercer el adecuado trabajo en medios de comunicación.

¿Cualquiera puede hacer las veces de médico cirujano y operar un apéndice, el pulmón o el corazón, o debe de tenerse una certificación y un título para garantizar que se está en manos de alguien confiable? Pues según nuestros legisladores ser locutor es “igual” si lo hacen López Dóriga, Yuya, Esteban Arce, la señora Perez, Los Polinecios, Alfredo Palacios, Genaro Villamil, Cayo de Hacha… ¿A quién le cargamos los muertitos sociales, de expresión, de desinformación o de sobreopinión de nuestra sociedad, si en aras de dejar decir a todos nulificamos el derecho a obtener información verídica, confiable, respaldada por códigos de ética? ¿Creen de verdad que la sociedad no se ve afectada, aunque se diga cualquier barbaridad sin contar con herramientas de regulación de contenidos y consecuencias sobre los dichos equívocos expresados?

Bueno, pues si lo creen… ¡acudan a sacarse el apéndice, a operarse los pulmones o el corazón con Alfredo Palacios, López Dóriga, Carmen Aristegui o los jóvenes influencers en tutoriales que serán, eso sí… ¡muy bien viralizados!

¡Bueno eso, eso digo yo!

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