Esta narrativa es extraída del libro «Entre Dos Tierras» del autor Juan Carlos Hidalgo, disponible en Amazon.
La radio, ese medio que ha llevado a muchos a la gloria y otros tantos al olvido, me llevó a conocer a personas que hicieron mucho por mí. Quién diría que, en el año 1991, gracias a una recomendación de un amigo “Javier Talamantes”, podría tener la oportunidad de trabajar en la emisora que siempre había soñado: La KSKQ «La Súper KQ 1540 AM. Desde aquellos días, cuando pintaba las fachadas desgastadas por la sal marina de residencias en Palos Verdes, al sur de Los Ángeles, me volví un fanático de esta estación, elegante como se acostumbraba en aquel entonces. Su presentación, memorable como la canción más bonita del mundo, decía: «Súper KQ, la que oyes tú». Y su jingle, producido por la mágica dupla de Bebu Silvetti y Jorge Calandrelli, era una melodía que parecía hablar directamente al corazón: «Más música en tu vida, Súper KQ».
En aquellos días, la Súper KQ se erigía como un faro en el vasto océano de emisoras de la región, cautivando a sus oyentes con su presentación refinada y voces que, en lugar de entretener, llevaban a los confines más profundos de la imaginación. Pero, para mí, esa radio no era solo una emisora, era un portal mágico que me transportaba a un universo de posibilidades y a un futuro prometedor.
Era en mi empleo de esquina “La frutería de George” donde, rodeado de cajas de manzanas de color miel y racimos de uvas esmeralda, descubrí la verdadera esencia de la radio: la capacidad de crear una conexión única entre el emisor y el receptor, de trasladar al oyente a un mundo de ensueño que solo podía existir en su mente.
En pos de mi anhelo, no vacilé: estaba decidido a perseguir mi ideal, a convertirme en una de las voces que hablaban tras el mágico micrófono de la estación que creaba imágenes de ensueño en las mentes de miles de oyentes. Lavé mi coche con esmero, llené el tanque de gasolina y partí rumbo a mi cita confirmada en la ciudad de Los Ángeles. Conduje desde Oxnard hasta Hollywood, donde las estrellas de la radio brillaban con fulgor, deleitando a la audiencia desde los estudios de la majestuosa Súper KQ.
Imaginé que encontraría un edificio imponente, pues así de colosal me parecía la estación. Sin embargo, las instalaciones eran modestas, apenas dos pisos en una esquina reducida de 200 metros cuadrados. Era evidente que habían aprovechado cada centímetro para albergar a la Súper KQ y a la FM 98. El rincón radiofónico estaba justo a un costado de la autopista 101, en el cruce de Sunset Boulevard y Wilton. No me sorprendió en lo más mínimo, pues yo venía de Radio Tiro, ubicada literalmente en medio de las parcelas de Oxnard.
Llegué con anticipación y me estacioné cruzando la calle, en un baldío. El sitio que albergaba a más de un vagabundo con pinta de maleante era un rincón sombrío y desolado, en el que se respiraba una atmósfera de incertidumbre y peligro. Allí, los autos de los ejecutivos de la Súper KQ se encontraban protegidos por la vigilancia de un amable personaje llamado «El Primo» quién me dio indicaciones para cruzar la calle sin peligro.
Ya en la recepción del lugar, un espacio pequeño compuesto por un escritorio y un teléfono antiguo que parecía sacado de otra época, la recepcionista «Vicky», con voz agradable, me informó que la persona a la que venía a ver ya no ocupaba el puesto de programadora y que ahora el responsable era El Sonorense Pepe Reyes, quien en ese momento estaba al aire y pedía que lo esperara.
La espera no fue en vano. Pude escuchar cómo la voz inigualable de Rocío Dúrcal se entrelazaba con las palabras de Pepe Reyes, quien demostraba ser un comunicador excepcional. Era evidente que había una química especial entre ellos, una conexión que trascendía la entrevista y que transmitía al público una sensación de cercanía y confianza.
Mientras esperaba mi turno, me di cuenta de que el tiempo había pasado volando y que ya había transcurrido una hora desde mi llegada. Pero eso no importaba, yo estaba allí por una razón, por mi sueño de formar parte de la emisora que había conquistado mi corazón desde hacía tanto tiempo. Y finalmente, llegó mi momento.
Pepe Reyes me recibió con una sonrisa amable y me invitó a pasar a su oficina. Allí, después de presentarnos, me explicó que estaba buscando nuevos talentos para la estación en turno de fin de semana y me pidió que le diera la grabación con la demostración de mis habilidades como locutor. Fue un momento emocionante, pero también lleno de nerviosismo. Sin embargo, gracias a mi experiencia y mi pasión por la radio, logré transmitirle mi potencial y mi deseo de formar parte del equipo de la Súper KQ.
Después de unos minutos, Pepe Reyes se levantó de su silla y me estrechó la mano. «Bienvenido al equipo de la Súper KQ», me dijo. Era un momento que había soñado desde hacía tanto tiempo y que finalmente se había hecho realidad.
Desde ese día, mi vida cambió por completo. Comencé a trabajar en la emisora que siempre había admirado, aunque fuera los domingos de madrugada tuve la oportunidad de conocer a grandes personalidades de la radio.
Trabajar en la Súper KQ, aunque fuera en el turno del tecolote, era para mí como la lotería, un sueño hecho realidad. Y no podía ser de otra manera, pues aquella emisora era propiedad de la familia Alarcón, así fue como conocí a Don Pablo Raúl Alarcón, un hombre excepcional cuya historia se asemejaba a la de un personaje de novela.
Era un refugiado cubano que llegó a Nueva York después de que el gobierno de Fidel Castro le arrebatara su cadena radiofónica. Con gran esfuerzo y tenacidad, logró establecer Spanish Broadcasting System la empresa de radio hispana más importante de Estados Unidos, que hoy en día tiene presencia en las principales ciudades del país. Don Pablo, o «Señior» como le llamaban sus cercanos, era un hombre valiente, emprendedor y un gran comunicador, cuyo amor por la música y la radio no tenía límites.
La noche era mi aliada, la compañía perfecta para mis pensamientos y el trasfondo ideal para la música que yo ponía en el aire. La ciudad dormía mientras yo me sumergía en la magia de la radio, sabiendo que, a través de la sintonía, podía llevar un poco de felicidad y compañía a aquellas almas inquietas que no podían dormir.
Pero no todo era fácil en aquella aventura nocturna, ya que el camino de regreso a Oxnard podía ser peligroso y lleno de obstáculos. Las largas jornadas de trabajo y la falta de sueño podrían jugar en mi contra, y por eso debía estar siempre alerta. En más de una ocasión, la somnolencia me invadió mientras manejaba de regreso a casa, lo que me obligó a hacer una pausa en alguna gasolinera solitaria para poder descansar y recargar energías. A pesar de las dificultades, aquellos días en la radio fueron de los más enriquecedores de mi vida, y aún hoy, recuerdo con nostalgia las emociones que sentía mientras hacía mi programa en la Súper KQ.
Te invito a compartir tus experiencias más interesantes en el mundo de la radio. Cuéntame esas anécdotas que te hicieron vibrar como locutor o como oyente. Envíame tus historias a jhidalgo@monitorlatino.com y juntos hagamos que la radio siga siendo la reina de las ondas.