La nostalgia por la radio en A.M. y de Onda Corta

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Este fin de semana salí con mi esposa a hacer algunas compras al supermercado. Siguiendo las recomendaciones en medio de la pandemia solo uno de los dos podía entrar, así que decidimos que yo me quedaba en el carro y le ayudaba a subir las bolsas cuando terminara las compras.

Sentado en mi automóvil mientras esperaba a mi esposa decidí hacer algo que no hacía desde hacía muchos años: tratar de escuchar radio en A.M.

Actualmente vivo en un pueblito mexicano en el estado de Quintana Roo y me sorprendió la cantidad de emisoras cubanas que podía escuchar. Claro, La distancia entre Puerto Aventuras, el lugar donde vivo, y Sandino, en la punta oeste de Cuba, es de menos de 300 kilómetros.

Radio Rebelde, Radio Progreso, Radio Guamá son algunas de las emisoras que pude sintonizar en el radio de mi carro, y obviamente no podía faltar la legendaria Radio Reloj, que transmite noticias continuamente y da la hora cada minuto.

Aunque estas emisoras se pueden escuchar tranquilamente por internet, eso de tratar de sintonizarlas desde la distancia, con todo tipo de interferencias, desvanecimientos y chasquidos tiene su magia…

Claro, soy un radiodifusor de la vieja guardia, de esos que creció escuchando radio en A.M. y que muchas veces, en las noches, se dedicaba a buscar estaciones del mundo a través de las bandas de onda corta y onda larga.

Y esto me trae a la memoria a mi abuelo materno, Olli Musikka, un finlandés que en los años 30 dejó su país para venirse a Suramérica en busca de una tierra prometida. Su apasionante historia la cuento en un artículo personal llamado «Del Ártico al Ecuador» (Dé clic en el enlace para leerla).

Pobre, desempleado, con 9 hijos y un poco antes de que estallara la segunda guerra mundial, vio la oportunidad de viajar a las Islas Galápagos del Ecuador en un barco de concreto para fundar allí una pequeña población, que nunca prosperó.

Sí, en lugar de ser de acero o de madera, ese barco era un experimento para encontrar una solución más económica en la construcción de buques de gran calado, experimento que, al parecer, no tuvo mucho eco.

El caso es que mi abuelo terminó metido en las selvas del Pacífico en el Chocó colombiano y ante semejante conflicto internacional, y siendo Finlandia un país vecino de la Unión Soviética y muy cerca de Alemania, quería estar enterado de todo lo que acontecía en la guerra.

Antes de viajar a nuestro continente, mi abuelo hizo un curso por correspondencia para construir y reparar radios, así que no fue difícil para él tener los equipos necesarios para captar emisoras en onda corta de Europa y Estados Unidos, a pesar de estar en la mitad de la selva.

Mi abuelo murió muy joven. Sus últimos meses los pasó encerrado en una habitación de la Clínica Medellín. Yo, con tan solo 4 o 5 años, iba a visitarlo con mi mamá y mis hermanos, y lo poco que recuerdo de él es que tenía el techo de su cuarto cubierto con cables de antena.

La radio me siguió persiguiendo. Recuerdo que mi papá llegaba a almorzar todos los días escuchando a todo volumen en su carro a Miguel Zapata Restrepo con su Radioperiódico Clarín, y luego, a la hora de la siesta, no podían faltar “Las Aventuras de Montecristo”.

Guillermo Zuluaga, «Montecristo», gran humorista colombiano.

Mi hermano soltaba fuertes carcajadas todas las noches escuchando “El Show de Hebert Castro”, un comediante uruguayo, y a “Los Chaparrines”, 3 hermanos ecuatorianos que hacían programas de humor de Caracol.

Y yo seguía una rutina diaria antes de ir al colegio: Me levantaba escuchando “Caracol en la tierra”, luego “El Repórter Esso”, más adelante la “Cabalgata Deportiva Gillette”, después venía “Última Hora Caracol” y cerraba con “Contrapunto” de Jaime Soto.

Si llegaba a oír “La simpática escuelita que dirige Doña Rita” quería decir que ya iba a llegar tarde al colegio, puesto que se transmitía a las 8 de la mañana y a esa hora yo ya debía estar en clase. Y antes de acostarme escuchaba “Después de las horas”, con la inigualable voz de Julio Nieto Bernal y “La Noche Fantástica de Caracol”, con el genial Otto Greiffenstein.

Con la adolescencia llegó mi interés por la música y comencé a buscar emisoras que me entregaran lo que quería oír. Así llegaron Radio 15 y Radio Visión, más adelante Radio Éxito hasta que descubrí, a mis 15 años, Radio Ritmos, una emisora con formato Top 40 en español.

Foto: Cortesía de David Gleason

Esta emisora se convirtió en mi favorita. Tenía muy buenos disc-jockeys, ponía los verdaderos éxitos del momento, tenía un ‘vestido’ muy bien hecho, con un juego de jingles memorables, y que presentaba todos los días el inolvidable “Escalafón Ritmos”, con las canciones más solicitadas.

Por esos días mis gustos musicales fueron cambiando. Aunque seguía escuchando las grandes Baladas en español de los años 70 y la música Tropical de las grandes orquestas venezolanas, tan de moda en esa época, también comencé a escuchar música en inglés.

No solo estaba influenciado por 2 de mis hermanos, que habían conformado en los años 60 a Los Yetis, uno de los grupos pioneros del rock en Colombia, sino que a inicios de los años 70 apareció en Medellín una emisora llamada La Voz de la Música.

Tenía poca cobertura y su sonido era muy pobre. Además estaba en todo el rincón del dial, en los 1.590 kHz. Sin embargo, pasaba todo el rock británico y muy especialmente muchas de las canciones del festival de Woodstock, que se había realizado recientemente.

De esta forma, mis gustos musicales variaban entre Camilo Sesto, Nelson y sus Estrellas y Black Sabbath.

Hasta que conocí a Donnie Miranda, un nuevo vecino que acababa de llegar de hacer su primaria en Escocia y venía a radicarse en Medellín luego de que su padre fuera nombrado gerente de la embotelladora local de Coca-Cola.

Sin siquiera sospechar que más tarde íbamos a trabajar juntos en radio por más de 13 años, Donnie llegó con mucha música, especialmente británica, e influyó mucho no solo en mis gustos musicales sino en el hábito de escuchar radio.

Junto a Radio Ritmos y La Voz de la Música, ahora comencé a escuchar Radio Disco, que ponía 3 éxitos del momento en inglés cada hora al igual que su emisora hermana, Radio Colibrí, aunque las de esta emisora eran mucho más suaves.

Pero lo que más me contagió Donnie fue el gusto por escuchar emisoras por onda corta.

Él tenía un radio Zenith Trans-Oceanic que permitía escuchar emisoras de todo el mundo. Claro, él quería seguir al tanto de lo que acontecía en el Reino Unido, de donde acababa de llegar, y conocía al dedillo los horarios y las frecuencias en las que podía sintonizar la BBC de Londres.

Radio Zenith Trans-Oceanic Royal 7000

Investigando un poco aprendimos que se podían crear antenas para mejorar la recepción, y fue así como instalamos en los jardines de nuestras casas unas antenas de alambre de varios metros de longitud que amarrábamos toscamente en los árboles o en guaduas (varas de bambú).

Diagrama de una antena exterior para captar emisoras de onda corta.

Pero ese gusto por la música nos llevó a buscar otras emisoras internacionales. En Medellín se escuchaban muy fuerte emisoras venezolanas como Ecos del Torbes, Radio Juventud, “misión del sonido joven” y, especialmente, Radio Barquisimeto, “la internacional”.

Esta emisora, en particular, mezclaba los éxitos del momento en inglés y en español, con una calidad de sonido impecable. Recuerdo que ponía canciones como “Stairway to heaven” de Led Zeppelin al lado de “Mi razón” de Rudy Márquez, pero sonaba muy bien.

En mi casa teníamos un viejo Mercury Monterey modelo 1957, un carro que parecía una ballena por lo grande. Traía un radio Motorola que sonaba con gran potencia ya que el parlante estaba instalado junto al parabrisas trasero, usando el gigantesco baúl del carro como caja de resonancia.

El largo baúl del Mercury Monterey 1957 y su radio Motorola de onda media y onda corta.

Yo pasaba noches enteras en el garaje de mi casa sentado dentro del auto escuchando estas emisoras y buscando estaciones de otros países. Era como entrar sin permiso a la casa de otro. Una sensación voyerista que despertaba curiosidad y emoción.

Una emoción para disfrutar a solas, que en medio de la noche permitía abrir el horizonte mental, viajar por el mundo, imaginarse otras culturas, conocer otras formas de expresión, todo a través de la magia de las ondas hertzianas.

Esa emoción por la radio terminamos compartiéndola Donnie y yo en octubre de 1975, cuando construimos junto a otro vecino, Juan Felipe Ramírez, una emisora pirata de A.M.

Allí, hace 45 años, comenzó nuestra carrera en la radio.

Pero nuestro interés por escuchar otras emisoras seguía latente. Ese mismo año, en octubre, comenzamos a hacer nuestro primer programa en una emisora legal: Emisoras El Poblado.

Y para estar enterados de lo que pasaba en la música, Donnie y yo viajábamos a Cartagena en vacaciones o en otras fechas, y en lugar de salir a rumbear por las noches muchas veces nos quedábamos sentados en las playas de Bocagrande con el radio Zenith, tratando de sintonizar estaciones de otros países.

Claro, estar junto al Mar Caribe en horas de la tarde y noche, cuando las ondas se propagan más lejos y con mayor nitidez, nos permitía escuchar emisoras de toda la región, pero lo más curioso es que podíamos oír también emisoras de Miami.

Pero eran emisoras de la banda tradicional de A.M. Una de ellas era la WGBS, que tenía una programación de música en inglés un poco adulta, pero la que más nos gustaba era WQAM con su típico formato Top 40 que, además, transmitía el “American Top 40” con Casey Kasem.

Así llegaba originalmente el programa «American Top 40», en una caja con 4 discos de larga duración en vinilo.

Escuchar estas emisoras y las otras que he mencionado nos servían no solo para estar al tanto de los éxitos sino para aprender a hacer radio de una manera diferente a la tradicional que se hacía en nuestro país.

Así aprendimos a hacer un turno de disc-jockeys al estilo estadounidense o británico, a realizar diferentes programas inspirados en los de ellos y a hacer un ‘vestido’ promocional de las emisoras a nuestro cargo que mostraban una gran diferencia con las demás de la ciudad y del país en general.

Incluso todos los jueves, a las 5 de la tarde, Donnie Miranda sintonizaba su radio Zenith en la BBC de Londres por onda corta para retransmitir por nuestra emisora (sin su autorización) el “BBC’s Top 40”, el recuento de los éxitos más importantes de la semana en la Gran Bretaña.

Eso nos permitió marcar una diferencia importante, a crear un estilo único, que al principio no se entendía muy bien y que al irlo adaptando a la cultura local, finalmente fue copiado por muchos, en Medellín y luego en Colombia.

Pero más allá de estos aprendizajes, el placer de buscar de manera casi que milimétrica en el dial una emisora de otro país, sentir cómo llegaban esas ondas plagadas de interferencias y desvanecimientos y escuchar otras voces y estilos, siempre ha sido, al menos para mí, un placer indescriptible.

Claro, hoy en día es muy fácil escuchar emisoras de otros países. Diferentes aplicaciones como TuneIn y Radio Garden así lo permiten.

Pero para un apasionado de la radio, para un enamorado de este medio, nada se comparará a sintonizar una emisora de otro país a través de un receptor tradicional de A.M…

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