Martín Fabián: Siempre he sabido dar resultados

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Muchos conocen la historia del niño que edificaba castillos en la arena y se convirtió en un arquitecto. Y la de la niña que tenía una estufita de juguete donde cocinaba comida de verdad y se hizo una famosa chef; o la del chiquillo que, para el horror de su madre, pintaba con crayones en la pared de su casa para de grande convertirse en un formidable muralista. ¿Y qué tendría que hacer un niño para de grande ser un hombre de la radio, un conductor famoso, creador de los conceptos radiofónicos más exitosos del país? La respuesta, en este caso, no es tan obvia. Martín Fabián —con acentos en el nombre sólo hasta determinada edad— cuando era niño era yerbero y vendedor de remedios mágicos.

Polvos mágicos

Lo suyo eran las hierbas medicinales. Las esencias con poderes. Lo que despertará esperanza, ánimo o emoción en la gente… y de paso dejara algo de dinero. Tenía por ejemplo un remedio para conseguir novio. Otro para conseguir novia. Uno para alejar a los borrachos y uno para correr a los vecinos molestos. Aunque, para ser justos con la verdad, la yerbería no era de él, sino de un amigo de su papá, que le dio trabajo al chamaco. Lo que era de él, definitivamente, era el ingenio, la creatividad, la capacidad de diversificar; en una palabra, el talento. Crecí en un barrio muy popular en Monterrey, explica Martín Fabián, y empecé a trabajar desde los cinco años por necesidad. Primero con una tía que hacía piñatas, que me invitó a ayudarla al ver las carencias que teníamos. Pero a los nueve años encontré este oficio con un señor llamado Norberto que era un hierbero muy famoso; vendía hierbas medicinales. `Mira, lo que vas a hacer está bien fácil´, me dijo. Me llevó a una droguería y compró cuatro kilos de talco, agarró una esencia y me dijo: `Vas a venir y pedir esta esencia y una botella de alcohol. Vas a hacer un montoncito, como un volcán, le vas a poner el color, alcohol, le haces así hasta que agarre un color gris y luego le echas cinco gotas de este perfume´. Luego había que echarlo a una bolsita y ponerle un cartoncito que decía Polvo del Retiro. En una de ésas, el señor se fue de vacaciones y yo fui a la farmacia, pero en lugar de comprar cuatro kilos de talco, ordené veinticinco. Agarré el costalito y en lugar de hacer uno, hice también veinticinco.

Cuando el yerbero llegó a casa, el chamaco le enseñó todo lo que había hecho. Sobre la mesa había montoncitos de diferentes colores y con distintas etiquetas.

—¿Qué es esto? —gritó.

—Es que ya tengo muchos polvos —explicó el muchacho—. Mire: este polvo va a ser para buscar trabajo; éste para el mal de ojo; éste para que regrese el ser amado; éste para quitar lo borracho —siguió diciendo mientras le enseñaba los más de veinte nuevos productos.

Estuvo bien loco porque lo hice sin querer, añade Fabián, y la gente creyó en esa onda. Se volvió una locura. Creo que ése fue mi primer gran éxito. El señor hacía también una veladora de la Virgen. Entonces le dije `¿Y si hacemos una veladora por cada polvo que vendamos?´. Así, de los veinte pesos que me pagaba, me aumentó a doscientos”. Un aumento de 900%. Nada mal para un muchacho de primaria.

¿Qué ya no quieres entrar a la radio?

Todo esto sucedió en Monterrey, Nuevo León, donde nació Martín Fabián Ramos. El destino juntó a sus padres en esa ciudad. Los dos iban de diferentes lugares del país, y sin la intención de formar un hogar, de paso por la Sultana del Norte con la intención de trabajar en los Estados Unidos. Su papá venía de un pueblito de Michoacán y su madre, una mujer con el don de la cocina, de Loreto, Zacatecas. Mi papá trabajaba de cocinero en un restaurante muy famoso en Monterrey en aquellos años. Mi mamá también era cocinera y se casaron y vivieron muy felices. Nacimos siete hermanos, yo soy el segundo. Somos de una familia muy modesta y humilde. Siempre que tengo la oportunidad, yo digo que la música y la radio nos sacaron de la pobreza en la que vivíamos. Cuando tenía seis años, mi papá se fue a Estados Unidos de mojado. Yo seguí trabajando para ayudar en la casa, primero con las piñatas, luego con el señor Norberto. Un día, cuando estaba en la secundaria, mi papá nos mandó un estéreo y unas bocinas. En ese tiempo mi hermano se juntaba con un amigo que quería hacer unas cintas, y nos pidió el aparato. Ramón comenzó a anunciar ahí en la cuadra con un micrófono que le mandó mi papá, y a los 19 lo contrató una discoteca. Luego le dieron unas horas en Radio Kono y comenzó a anunciar.

Ya desde ese tiempo me gustaba mucho la música, recuerda. A mi mamá le gustaba escuchar una radionovela llamada El ojo de vidrio y yo también la oía. Pero nunca quise expresar mi deseo de entrar a la radio, por miedo a lo que dirían. Mi hermano ya era un locutor reconocido; yo estaba en la universidad estudiando para ingeniero agrónomo, pero me seguía llamando mucho la atención la radio. Un día, sin decirle nada a mi hermano, que trabajaba en Radio Alegría, fui a pedir empleo, pero me dijeron que no aceptaban familiares.

Llegué a Multimedios de una forma muy extraña. Un día estaba en la casa y mis hermanas estaban viendo un programa que se llamaba Tarde de fans, con Enrique Benavides. Era la época de auge del grupo Menudo. El conductor se veía súper amable y pensé: `¿Y que tal si le pido trabajo a Enrique Benavides?´. Tomé un camión, fui hasta Multimedios y esperé afuera. Salió Enrique; ahí había muchas chicas. Le llamé. Primero no me hizo caso, y cuando por fin me puso atención le dije que quería trabajar como operador. No me atrevía a decirle que quería ser locutor. Entonces volteó y me preguntó sí sabía manejar. Le dije que sí y me aventó las llaves de un Volkswagen. Lo traje toda la tarde hasta que, como a las diez de la noche, le dije: “Oye, Enrique, yo quiero trabajar aquí. ¿Cómo le hago?. Me dijo: `Ok, vente mañana a las nueve de la mañana´.

Martín no pudo dormir por la emoción. A la mañana siguiente acudió puntual a la cita, pero Benavides pasó de lado sin decirle nada al muchacho, que se quedó como soldado en su puesto hasta que el conductor volvió a salir por la misma puerta en la noche.

—¿Qué pasó?

—Soy yo, Martín, es que quiero trabajar en la radio.

—Ok, vente mañana a las nueve de la mañana.

Llegué a las nueve y volvió a pasar lo mismo, recuerda Martín. Idéntica escena se repitió durante varios días, hasta que por fin su padre le dijo que, francamente, él pensaba que ese trabajo en la radio no iba a suceder. Su papá, que tenía una camioneta y obtenía algunos ingresos por llevar y traer gente a Houston, quería comprar un segundo vehículo y necesitaba ayuda de su hijo. Así que finalmente, explica, fui y le di las gracias a Enrique, que me dijo: `¿Qué no quieres entrar a la radio?´. Ese día entré a Radio AU. Así, en 1986 comenzó como operador en Radio AU de Organización Tres Estrellas de Oro. Iba a ser Navidad y como prácticamente todos se fueron a los festejos, el muchacho se quedó a cargo de la estación. Ahí pasé la Navidad del 23 al 26 de diciembre más o menos. Todos se fueron, y yo estaba sentado afuera llorando, viendo las estrellas. Pero así aprendí rápido a operar.

Al comenzar el siguiente año, continúa, iban a poner tres noticieros nuevos en Multimedios, que se los dieron a personajes muy importantes de la radio. En el de la mañana estaba Víctor Sánchez, el que sería después director general del Diario de Monterrey, un periódico que iba a lanzar Multimedios. Al medio día estaba el arquitecto Héctor Benavides, a quien después le dieron la dirección del canal 12 de Monterrey; y en la tarde Gilberto Marcos, que luego fue director general del canal 2 de Televisa Monterrey. Nadie quiso esos horarios de operador, y yo, llevándoles el café, platicándoles, me hice amigo de todos ellos.

 Fin 1era parte

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